Creo que Santos sí pasaría a la historia, pero no como él cree, lo haría por haber hecho regresar a Uribe a la arena política, y por haber removido, con sus yerros, la cantera que produjo los líderes que habrían de proyectar el legado del presidente Uribe.
Ya las democracias no sucumben de la noche a la mañana ante los déspotas como ocurría antaño con los golpes de estado de corte militar. Ahora los dictadores se presentan como demócratas y ganan las elecciones, y a partir de ahí empieza el vía crucis para la democracia.
Nuestra democracia está perdiendo la legitimidad que había ganado en los años del gobierno Uribe. A ello concurren dos hechos: La corriente de pensamiento que encarnó el presidente Uribe en el año 2002, y que eligió a la mayoría del congreso y al presidente de la república en 2010.
El libro “por qué fallan las naciones” escrito por los doctores Robinson y Acemoglu, de las universidades de Harvard y MIT respectivamente, formula una teoría que resuelve el acertijo de por qué hay unos países pobres y unos ricos.
El de patria, doctor Silva, es un sentimiento noble que experimentan los espíritus elevados, pero le es negado a aquellos deleznables, cuya norma de conducta es el aprovechamiento.
Por el enorme desafío de proporciones épicas del personaje central, un extranjero ajeno a nuestra historia, que leyera el libro del presidente Uribe, bien se podría preguntar si lo que leyó fue una novela de ficción narrada en primera persona, o cuando menos, una novela histórica con licencia para extender la realidad al heroísmo sublime.
Si hiciéramos un ranking de los errores que se cometieron en el proceso de paz del Caguán, no sería el despeje el más protuberante, sino la motivación misma del proceso, que fue la utilización del anhelo de paz como instrumento político-electoral. Recordemos que este proceso fue la bandera de campaña del entonces candidato Andrés Pastrana, quien lució un reloj que le regalo Tirofijo como símbolo d
La emperatriz Catalina la Grande tuvo bastantes amantes, pero su preferido, el teniente Gregory Potemkin, se convertiría en el artífice del acto de ilusionismo político más grande de todos los tiempos.