El umbral

Quienes en política se enamoran de una idea, de un modelo, de un programa o de una propuesta, suelen actuar como si el objeto de su amor tuviera validez y aplicabilidad universal y atemporal. Es por tanto muy divertido constar cómo, con apenas el paso de unos años, aquellos consensos de sabios en los que antes se proponía con entusiasmo una idea, viran luego hacia la promoción de su contraria.

Quienes en política se enamoran de una idea, de un modelo, de un programa o de una propuesta, suelen actuar como si el objeto de su amor tuviera validez y aplicabilidad universal y atemporal. Es por tanto muy divertido constar cómo, con apenas el paso de unos años, aquellos consensos de sabios en los que antes se proponía con entusiasmo una idea, viran luego hacia la promoción de su contraria. Hay muchas historias al respecto. Voy a contarles una, ya en su tercer ciclo. 

En 1991 emergió un gran consenso nacional sobre la necesidad de abrir el sistema político. Sofocados por el Frente Nacional y su legado, los colombianos sentimos la necesidad de que se permitiera el ingreso de otras fuerzas, y más aún, que las ideas y la acción política no tuvieran que estar confinadas a la camisa de fuerza liberal-conservadora. Esta fue la sabiduría del momento, y aparecía como irrefutable: abramos el sistema para multiplicar las expresiones, para superar la corrupción del bipartidismo, para que lleguen los jóvenes y para permitir que sectores independientes participen en el Legislativo. 

Pues bien: tan solo una década después se había configurado un consenso nacional, igual de autorizado, igual de serio, igual de pretencioso, pero contradictorio con el anterior. La apertura del sistema, se decía ahora, estaba llevando a la proliferación de partidos de garaje, acabó con las verdaderas organizaciones políticas, creó atomización e ingobernabilidad. Y, de nuevo con la misma seriedad y pretensión de transcendencia, se dijo que “lo que necesitaba” el sistema político colombiano era una reforma para “fortalecer” los partidos mediante mecanismos como umbrales y ley de bancadas. Lo que fue abierto con fanfarria en 1991 fue cerrado con solemnidad en 2003. 

Como si lo anterior no fuera suficiente, es perceptible ahora la llegada de otro consenso con iguales pretensiones de seriedad y validez: si hace 10 años quisimos crear “partidos fuertes”, ahora hay que “salvar a las minorías”. Se ve por tanto al umbral como exagerado y estricto, y se pide su reducción o relativización. Abrimos, cerramos, volvamos a abrir.

En los tres casos, las propuestas asumían el rol de gran verdad sobre la esencia de la democracia. Todas ellas resultaron ser anhelos de momento, o vehículos de conveniencia. Colombia, creo, no tiene constitución, y pretende hacerla al andar. Pero Colombia no anda, sino que desvaría, tropieza y da tumbos.

Credito
ANDRÉS MEJÍA VERGNAUD

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