No a un nuevo confinamiento

Miguel Ángel Barreto

En las últimas semanas se viene hablando de la posibilidad de un nuevo confinamiento ante el comportamiento de los casos de coronavirus que registran un promedio de 8.000 contagios y 180 muertes diarias.
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El mayor temor es que en dos meses o antes ocurra en Latinoamérica el mismo fenómeno de rebrote que sacude hoy a Europa en donde se triplicó la velocidad del contagio, disminuyó la letalidad del virus, pero hay más ocupación de camas hospitalarias.

¿Estamos preparados para una segunda ola de contagios? ¿El sistema sanitario del país puede atender una nueva emergencia epidemiológica a un ritmo superior al registrado hoy? ¿Cuántos empleos adicionales se perderían? ¿Cuántos empresarios que se endeudaron para mantener sus negocios aguantarían en un escenario adverso? ¿Puede la salud mental de muchos ciudadanos aguantar más frustraciones?

Adicionalmente las proyecciones de crecimiento este año son nefastas. Los principales analistas prevén una caída promedio del 7%. La Inversión Extranjera Directa (IED) se frenó y la estimación del Banco de la República presagia una disminución del 38%. Las mejores proyecciones hablan de un crecimiento del 4% para 2021, pero sin contemplar un nuevo confinamiento.

El Dane calculó en 32.6% las empresas que han reducido el número de trabajadores. El 60% de las compañías han visto golpeado su flujo de caja y modificado sus nóminas. Los empleos perdidos por cuenta de la pandemia se calculan en 2,5 millones y se estima que el golpe es mayor con los actores sociales y económicos que dependen de la informalidad.

Sin duda, profundizar la crisis sanitaria nos llevaría a una recesión. Los estudios de Anif indican que solo entre marzo y julio de este año, los hogares colombianos perdieron más de 20 billones de pesos en ingresos y resulta evidente que los programas del Gobierno no pueden reemplazar esta cifra en términos reales.

Dentro de las estrategias para salir de estas crisis está el diseño de un conjunto de medidas que les permita a los gobernadores y alcaldes tomar decisiones para evitar aglomeraciones en sus territorios sin afectar el consumo y la demanda de productos y servicios. No estaría demás detectar los sitios de mayor concurrencia en los municipios y ejercer una mayor autoridad sobre los mismos.

En materia económica resulta significativo que los consumidores se vuelquen a apoyar la industria y las manufacturas del país. La demanda de productos nacionales y departamentales resulta fundamental para salvar y recuperar empleos. Un poco de regionalismo y compromiso con los sistemas de producción locales caería muy bien en estas circunstancias.

Por su parte, uno esperaría de las grandes compañías una mayor relación con las comunidades, especialmente las orientadas al sector agropecuario. Nuestros campesinos requieren un mejor tratamiento y precios justos, que seguramente los compradores sabrán reconocer y estimular con la demanda.

Un desarrollo responsable solo se entiende cuando el ámbito privado se relaciona mejor con sus comunidades, con sus canales tanto de aprovisionamiento, transformación, distribución y/o consumo. La equidad y la corresponsabilidad en todas las relaciones de los sectores público y privado, e incluso desde la cotidianidad, son claves para aguantar los tiempos de crisis.

También es el momento de fortalecer e impulsar las obras públicas atrasadas por la pandemia, promocionar más ampliamente las bondades regionales para incentivar el turismo, generar una política de empleo alrededor de la equidad de género y fortalecer los procesos de emprendimiento.

Si se logra que la rueda de la reactivación gire permanentemente y los ciudadanos sean más responsables con los temas de bioseguridad sanitaria entonces podemos comenzar a pensar en superar esta epidemia. Un nuevo confinamiento no puede estar en la mente de nadie por su efecto devastador en la sociedad: Seamos más responsables y respetuosos con la vida y economía de nuestros semejantes.

MIGUEL ÁNGEL BARRETO

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