El centralismo, un obstáculo para la paz

José Adrián Monroy

Desde la época de la independencia, Colombia sigue inmersa en casi los mismos problemas, tanto así, que hoy, 206 años después de aquel grito histórico de independencia del 20 de julio de 1810, nos encontramos con la repetición de episodios de violencia, la lucha politiquera por el poder y la eterna discusión sobre quienes querían más autonomía en las regiones y de quienes ondean las banderas del centralismo.

Y es quizás, una constante en la historia reciente de nuestro país que el ejercicio de poder sea centralista por excelencia, solamente hasta en la década de los 80 se le dio a las regiones una descentralización administrativa, política y fiscal que fue materializada por la constitución de 1991 en su artículo primero y donde se establece la autonomía de las entidades territoriales.

En la práctica, solo se llevan un poco más de 20 años en donde se le entregaba una disfrazada autonomía a los departamentos porque aún, los recursos, decisiones, y grandes proyectos se deciden desde Bogotá.

Desde la elaboración del plan de desarrollo nacional, se evidencia el criterio centralista que tienen los gobiernos y en especial el actual, que con una serie de determinaciones se ha convertido en un centro macrocefálico de crecimiento desbordado, que no permite una efectiva gobernabilidad, mientras la periferia es cada vez más raquítica y atrasada; para las regiones solo se trasladan los excedentes de los tributos mientras el grueso del presupuesto nacional es utilizado de acuerdo con el deseo de la gran capital: la distribución, administración, ejecución de recursos de regalías, la elección de las zonas competitivas del país, las grandes obras y megaproyectos se realizan a voluntad del Gobierno nacional.

Esa excesiva concentración de poder que ostenta el gobierno, no permite que las regiones tengan un desarrollo local acorde a su realidad, las necesidades puntales de cada región las conocen los que a diario se enfrentan con ellas, esto conlleva de cierta manera a una desigualdad que no contribuye a un acertado camino hacia la tan anhelada paz y que al igual que en los tiempos de la independencia puede generar inconformidad y más violencia.

Por lo tanto, es necesario que el proyecto llamado paz sea incluyente y participativo, que se analicen todos los escenarios que contribuirán sin duda, a un país pacífico, que se escuche a los departamentos y municipios, que exista una transformación del aparato estatal y de la administración de la función pública para que sea encaminada a ser más equitativa en el uso del poder y así fortalecer el desarrollo regional, propio de una real descentralización. Por ahora, solo nos queda esperar en que momento llega la mirada centralista del Gobierno nacional al Tolima.

Nota: Los invito a ingresar a la página www.mesadeconversaciones.com.co, allí encontrarán lo que se ha venido debatiendo en La Habana, antes de tomar alguna decisión para votar por él Sí o por el No en el plebiscito por La Paz.

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