La cultura de la corrupción

José Adrián Monroy

La corrupción es el tema de moda; muchos hablan de ella con autoridad, otros con hipocresía, algunos se rasgan las vestiduras autoproclamándose los adalides de la anticorrupción y otro tanto simplemente asumen que la corrupción es uno de los males que más ha corroído al país.

Pues bien, considero que se hace necesario iniciar estableciendo que es la corrupción. Etimológicamente viene del latín Corrempere, que significa romper la naturaleza, por lo tanto, la corrupción es la acción y efecto de corromper (según la RAE). Eloy García pone el ejemplo del agua; el agua sirve para beber, pero si se ha degradado o corrompido ya no sirve, rompe su naturaleza. Muchos asocian la corrupción con la acción que se comete en el ejercicio del poder público, consistente en la utilización de sus funciones para sacar un provecho económico o de otra índole; algunos piensan, además, que esta acción solo la hacen quienes están en la política y que son solo ellos los corrompidos, craso error.

Una de las razones que dan origen a esta situación, ademas de la falta de educación, es que aún en nuestra sociedad cala, y de qué manera, la cultura del más vivo, el reconocimiento social a quienes utilizan el camino más fácil, los atajos, la apología del dinero sin importar de dónde provenga. Tenemos por idiosincrasia enseñar a nuestros niños a que no se deben dejar de nadie, que están por encima todos; que es de “vivos y de verracos” colarse en la fila para llegar más rápido en un banco, los que obstaculizan el tráfico mal parqueados porque solo los ‘bobos’ pagan parqueadero, los que ‘meten’ un billete falso y en fin, incontables acciones cotidianas de la sociedad que hacen que el problema de la corrupción en el país vaya mucho más allá de los delitos que se cometen contra la administración pública.

Es necesario dejar de lado la mojigatería con la que nos arropamos de pies a cabeza cuando conocemos casos de corrupción, porque cuando conocemos de uno, nos indignamos, pero no nos damos cuenta de que a diario corrompemos una y otra vez a nuestra sociedad. Lo positivo de un comportamiento colectivo depende de cómo nos comportemos de manera individual y allí radica la diferencia. El problema del país no radica en los “corruptos” que nos administran: radica en que desde la concepción propia de nuestra sociedad hemos aceptado actos corrompidos en actos socialmente aceptables.

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