La semana pasada se paralizó el mundo por las elecciones de los Estados Unidos; todos los ojos estaban puestos en quién sería el nuevo presidente del gigante norteamericano. Lo curioso de todo esto es que en nuestro país, la disputa se sintió como propia, los “uribistas” acogieron a Donald Trump como su candidato y los “petristas” a Joe Biden, este último fue quien finalmente resultó elegido.

La semana pasada, fue publicada el resultado de la encuesta realizada por la firma Invamer, que tenía como objeto hacer una medición sobre el estado de ánimo de los colombianos, la aprobación de la gestión del Presidente, alcaldes y gobernadores de las principales ciudades del país, la favorabilidad de personajes y de algunas instituciones, el nivel de aprobación de algunas propuestas, leyes o afirmaciones, la opinión de la gente sobre las manifestaciones o protestas públicas, el coronavirus y el proceso de paz.

Han pasado cerca de 8 meses desde que el coronavirus irrumpió en la vida de todo el mundo, generándonos desde entonces una constante incertidumbre por no saber qué nos deparará nuestro futuro inmediato o qué sucederá si las cosas continúan como vienen.

Sin duda, de todas las cosas que están pasando en el país, la de mayor trascendencia en este momento es la movilización indígena que se reunió en Cali y va hacia Bogotá, y está conformada por indígenas del suroccidente de Colombia, específicamente de los departamentos de Nariño, Cauca, Huila, Valle, Caldas y Putumayo. A esa congregación indígena se le denomina “MINGA”.

Muchas de las discusiones que hoy tenemos como sociedad, son producto del desconocimiento de nuestra historia, esto, ha contribuido a la marcada polarización que se vive en todos los aspectos -política, religión, economía, etc.-; tanto así, que hace varios días fue noticia nacional el reciente derribamiento de la estatua del conquistador Sebastián de Belalcázar en el morro de Tulcán, en Popayán, por unos indígenas misaks, lo que originó toda clase de reacciones.

Las Farc reconoció que fueron ellos los que asesinaron a Álvaro Gómez, una confesión que dejó más dudas que cosas claras; por ejemplo: ¿Por qué, después de tantos años, este grupo guerrillero se adjudica su muerte?, ¿quién fue el determinador?, ¿quién ejecutó el homicidio y con qué fin lo hicieron?, ¿será, que su confesión se hizo con el propósito de hacerle el quiebre a la Fiscalía y poder llevar la investigación a la JEP?

En medio del constante debate en el que está inmerso el país, por temas de todo tipo, hay uno en especial que merece no ser tratado a la ligera ni adornarlo con especulaciones, verdades a medias o distorsionadas y menos con falsedades; la controversia que gira entorno a nuestra fuerza pública.

Colombia es el país de las contradicciones; lo que mueve la opinión y nos escandaliza, gira entorno a lo que pase con Uribe, Petro, Duque, Santos, las Farc, e incluso, en redes sociales es tendencia el ridículo que constantemente hacen personajes para ganar likes y protagonismo.

Lo que sucedió en Bogotá hace algunos días, es el reflejo de que nuestro país está descompuesto. Cada vez estamos peor. La intolerancia, es la interminable enfermedad que nos consume, que empeora con los días y que no parece tener cura.

Nuestro país está sumido en una profunda polarización ideológica y política. La guerra que se vive entre los opositores y simpatizantes del gobierno es sin cuartel; acusaciones de lado y lado, agresiones personales, demandas, denuncias y enfrentamientos en redes sociales son el pan de cada día.