El ególatra Schiettino

Francesco Schiettino (squietino) es un cretino y rima perfecto. Pero al comandante del Costa Concordia, encallado en la isla italiana Giglio, aunque no rimen le cabe: idiota, incapaz, insensato, arrogante, despreciable y cobarde.

Para satisfacer su egolatría y convencido de su audacia y guaponería ponía en peligro las naves a su mando a punta de riesgosos y macabros desafíos personales.

En forma cínica, exhibicionista, fanfarrona, desvergonzada y extremista, ordenaba a su tripulación maniobras temerarias. Además, en sus desvaríos, creo que soñaba al Concordia como una extensión de su falo y, cual macho cabrío, lo exhibía  orgulloso a amantes furtivas subidas en calidad de polizontes.


A Schettino, su vanidad lo hizo irresponsable y transgresor de las reglas marítimas. Prefería guiar los barcos con timón manual y no con los modernos y sofisticados instrumentos tecnológicos.


Logró la tragedia porque a un trasatlántico de 300 metros de largo, 34 de ancho, 60 de altura, 115 mil toneladas de capacidad y a bordo más de cuatro mil personas, lo obligó a realizar a sólo 150 metros de tierra, la llamada “inclinación de la sirena” o saludo a tierra firme que hacen cruceros más pequeños a mínimo 1852 metros de la costa.


Y, en esa fatal primera hora después del naufragio, no lanzo un SOS ni dio órdenes a tripulantes y pasajeros, porque estaba ocupado al teléfono tergiversando los hechos. Comunicó tan sólo una avería técnica, cuando ya la ciudad flotante yacía patas arriba entrándole agua por un boquete de 70 metros y con lanchas de salvamento inalcanzables porque estaban sumergidas o colgadas al flanco levantado del barco.


Edward Smith, capitán del Titanic, prefirió morir antes que abandonar el trasatlántico que chocó contra un iceberg. Piero Calamai, al timón del Andrea Doria cuando colisionó con una nave sueca en la ruta Génova-Nueva York, fue el último en descender.


En cambio, el pusilánime Schiettino, mientras algunos pasajeros morían ahogados, escapó con su segundo y otros oficiales. Y, a pesar del mandato telefónico: “Suba a bordo. Suba a bordo. Es una orden”, de Gregorio Di Falco, comandante de la Capitanía de Puerto de Livorno, con bellaquería y la vil disculpa que no podía abordar la nave inclinada, continuó su camino hasta un hotel con comida caliente, sábanas tibias y abastecido mini bar.


Esta tragedia estaba anunciada, porque es inconcebible y asombroso que la americana Carnival Corporation, propietaria de Costa Crociere y a su vez del Costa Concordia, tolerara el peligroso saludo y no hubiera advertido el desequilibrio en quien comandaba su “joya de la corona”.

Grave negligencia, por cuya causa enfrentará millonarias demandas por daños materiales, físicos, morales y psicológicos originados a los pasajeros, como también, por el daño ambiental ocasionado. Demandas bien merecidas por su ligereza al contratar el personal.

amargarita8@hotmail.com

Credito
AMPARO MARGARITA MORALES FERIA

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