Ya ni huevo se puede echar

Nelson Germán Sánchez

Si son Triple AAA a 18 mil pesos o más, si son doble AA de 11 a 13 mil y si son del A, los más pequeñitos –que parece de codorniz- entonces los tiene que pagar entre 8 mil y 10 mil pesos por canasta de 30 unidades. Ya ni un huevo pueden echar a la canasta del mercado millones de colombianos. Y es que, según el Dane, en Colombia los alimentos subieron en promedio casi un 18 por ciento el año pasado, una verdadera locura que afecta el bolsillo de todos, pero de manera especial de los estratos más bajos, los más pobres y empobrecidos.
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Pollo, aceite, café, carne de res, papa y hasta los huevos escalaron precios de manera, literalmente, brutal.

La carne de pollo, por ejemplo, registró un aumento hasta del 24.6 por ciento al cierre del 2021 y el huevo de hasta un 18.4 por ciento, según la propia Federación Nacional de Avicultores. Y la materia prima, el maíz soya, que es el insumo para producir pollos, gallinas y cerdos, aumentó un 42 por ciento.

En fin, solo para tomarnos una pequeña idea, vale recordar estos precios alcanzados por algunos productos básicos, según las propias federaciones y comerciantes: La papa, la carga pasó de $220.000 a $300.000; fresas, canasta 16 libras de $48.000 a $60.000; la patilla tuvo un incremento de $2.500; el limón pasó de $140.000 a $200.000; la canasta de mora subió de $25.000 a $40.000; la mazorca, el bulto de $50.000 llegó a $70.000; la papa criolla subió de $100.000 a $140.000; el tomate, uno de los alimentos que tiene un mayor incremento, pasó de $35.000 a principio del año a $75.000 y el plátano rompió todos los récords pues pasó de $40.000 la bolsa de 40 unidades a $110.000. Ahora bien, como hasta las sequías en algunas partes, los huracanes en otras, los incendios más allá y los encierros en el mundo, afectan directamente el valor final de los alimentos en Colombia, no valdría una gran discusión nacional sobre los verdaderos “beneficios” de seguir amarrados a unos TLC donde sí o sí se deben -a muerte para los colombianos- respetar los precios que se imponen, mientras la poca industria nacional sigue marchitándose, el desempleo y la miseria crecen. No sería mejor que el país de verdad tuviera su propia seguridad alimentaria, su industria nacional robusta para surtir el propio mercado interno y evitar esas dependencias absurdas.

Las explicaciones y justificaciones al mercado tan caro van desde los supuestos coletazos que aún se sienten de los bloqueos que terminaron en mayo del año pasado, hasta el clima, así como la crisis mundial de contenedores que escasearon en algunos momentos y en otros tuvieron tanta demanda que las esperas fueron interminables para que a nuestros puertos arribaran los materiales.

Al igual que el encarecimiento de insumos de la cadena productiva agrícola o agroinsumos (subieron el 73 %), la tasa de cambio y que los fletes marítimos y terrestres también contribuyeron a que hoy alcance menos al mercar. Esta carestía se la achaca también a la variación de la oferta contra una demanda mayor, que dicen los que saben, no pareciera fuera a cambiar en el corto plazo, presionando más al alza el valor final de los alimentos. O sea, seguiremos mercando menos productos y más caros por el resto del 2022. El problema pareciera estar también en que en el país ya no existe una regulación mínima o máxima de precios de forma real, pese a que la formal-legal, la de siempre, sí, pero la real y concreta no. Una solución a medias para las familias que quieran que les alcance un poquito más la platica del mes sería comprar los alimentos directamente en zonas de producción, mercados campesinos y plazas de mercado, donde se encuentran los precios más bajos, entre lo altos que aún están.

En fin, este si es un tema que debería ocupar la agenda pública mediática de las campañas al Congreso y la Presidencia de Colombia, saber qué carajos hacer para controlar ese abismal costo de los precios de la canasta familiar.

Señores precandidatos de las consultas de los partidos, señores candidatos a la presidencia, aspirantes a la Cámara y el Senado por el departamento del Tolima, sería bueno conocer qué piensan, qué harán y en qué contribuirán para que en un departamento eminentemente agrícola, agroindustrial y rural como el nuestro, con tan altos índices de pobreza en el campo y sus urbes, esta situación no siga generando miseria y paliar de alguna forma la problemática en el corto, mediano y largo plazo. Es una pregunta abierta.

Nelson Germán Sánchez.

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