Literatura expandida

Darío Ortiz

En el lenguaje del arte contemporáneo es común encontrarnos con obras que superen los límites normales de lo que se espera de un dibujo, una pintura o una escultura dando forma a lo que ya nos estamos habituando a llamar “concepto del campo expandido”. Así es como una pintura de pronto adquiere tridimensionalidad o hace parte de la proyección de un video a lo que cualquier joven estudiante de arte no dudaría en calificar como “pintura expandida”. O cuando una joven vestida de negro se contornea, camina, salta y cambia de ritmo frente a la pared blanca de un museo podemos decir sin ruborizarnos que su performance es un dibujo expandido. Porque un dibujo, dirá un profesor de cualquier universidad, es desde el trazo sinuoso que hace la hoja al caer suavemente del árbol hasta la marca que deja la punta de un lápiz sobre el papel. Y está bien que sea de esa manera porque el verdadero pecado original ha sido ponerle límites a la creación, creer en definiciones inalterables, en ideas cerradas aceptadas socialmente y escritas en vetustos diccionarios.

La academia Sueca por fortuna no cree en encajonadas definiciones de escuela cuando se trata de literatura o quizás considera pertinente que todos comencemos a ver la literatura como un arte que se suma a la teoría del campo expandido junto al dibujo y la pintura. Al menos así podríamos entender el reciente premio nobel de literatura que dicha academia otorgó al cantautor norteamericano Bob Dylan y que ha causado una enorme tormenta de críticas por ser la primera vez que se le entrega a un músico.

Sin embargo esa literatura expandida que se une a la música para hacer llegar sus textos a millones de personas está lejos de ser un concepto nuevo dentro del campo de las letras, pues la encontramos en el origen mismo de la memoria de la humanidad. Todas las culturas del mundo han convertido en verso sus recuerdos y los han acompañado de música para que los repitan de voz a voz, de generación en generación. Así sucede con los aborígenes americanos, así mismo era la historia de Homero el gran poeta griego quien era un aeda, un cantante, cuyos versos hoy sin música son el clímax jamás superado de la poesía épica. Y si hubiera un nobel para literatos muertos nadie dudaría en entregárselo a Homero.

Un repaso rápido a los premios de literatura que la academia sueca ha entregado nos muestra que desde siempre han tenido una visión de lo que es literatura mucho más amplia que aquellos que los comentan. Basta ver que el segundo premio se lo entregaban en 1902 a Theodor Mommsem, un historiador alemán por su trabajo profundo y extenso sobre la Historia de Roma. Historiador y periodista fue también Winston Churchill premio nobel en 1953 a quien se lo otorgaron, aparte de su extensa obra histórica de carácter autobiográfico, “por su brillante oratoria”. En 1950 la academia premió a Bertrand Russell, quien escribió más de cincuenta libros de filosofía, matemáticas y divulgación científica y hasta dónde sé ni una sola novelita, ni un librito de versos siquiera. Filósofos fueron también entre otros Rudolf Christoph Eucken premio nobel de 1908 conocido por sus textos defendiendo a Dios y el polifacético ateo Jean Paul Sartre que se dio el lujo de rechazar el premio en 1964. Ha habido muchos nobel que se han ganado el pan siendo periodistas como por ejemplo Ernest Hemingway laureado en 1954, pero fue hasta el año pasado que se lo ganó por primera vez una periodista, Svetlana Aleksiévich, que hasta ahora no ha hecho novelas sino intensas compilaciones periodístico literarias de las voces de Chernobil, la guerra de Afganistán y la segunda guerra mundial tomadas de extensas entrevistas. Grandes historiadores, oradores, matemáticos, filósofos, divulgadores, periodistas y ahora cantantes muestran de la mano de la academia sueca que la literatura es algo más que las novelas best seller de aquellos eternos candidatos a nobel y de los límites en que siempre quieren encajonarla. Y no es que ahora la literatura sea únicamente otro campo expandido del arte. Es que siempre ha sido la palabra, y la palabra lo es todo.

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