Bicentenario, nuevo mito fundacional

Darío Ortiz

Aunque hace nueve años asistimos con bombos y platillos a la celebración del Bicentenario de la Independencia, hoy Colombia se encuentra nuevamente celebrando el Bicentenario en un asombroso intento de corrección política dirigido con muchos recursos desde la Vicepresidencia de la República. Este cambio de fecha revela de alguna forma la confrontación ideológica que existe desde la independencia entre Bolivarianos y Santanderistas y cómo desde entonces nos aquejan los mismos males: un centralismo que agobia a las regiones, un conflicto de fondo entre militaristas y civilistas y una casta dominante que impone una hegemonía cultural.

Los argumentos en los que basan la nueva celebración se resumen en que el acta de Independencia del 20 de julio de 1810, un hecho civil y político, no rompió claramente todo vínculo con España aunque impuso autogobierno, propuso el federalismo y otros actos de carácter constitucional. Por eso la fecha correcta ahora será el 7 de agosto de 1819 día de la Batalla del puente de Boyacá; un triunfo militar que según nos enseñan desde Kínder “selló nuestra independencia”.

No tienen en cuenta que la primera declaración de Independencia absoluta fue la de Cartagena del 11 de noviembre de 1811, y que batallas que “sellaron” nuestra independencia hubo muchas otras después de la del 7 de agosto, la cual logró únicamente la independencia de las provincias de Casanare, Tunja y Santafé la capital. Sólo 3 de las 13 provincias que constituían la Nueva Granada quedaron liberadas, mientras las otras 10 permanecieron estando bajo dominio español durante varios años más. La costa, por ejemplo, se independizó en 1821 cuando derrotaron tras duras batallas a las tropas españolas de las provincias de Santa Marta, Riohacha y Cartagena, a donde había huido el virrey Sámano esperando el arribo de unos refuerzos españoles que nunca llegaron.

Pero peor es el caso del sur del país, a donde habían ido las tropas realistas de Santafé. Mientras Cali, Popayán, y otras ciudades fueron liberadas definitivamente hacia 1822, Pasto lo sería únicamente hasta 1824 tras cruentas batallas, en un baño de sangre que costó la vida de miles de colombianos, muchos más que los de toda la campaña libertadora de Boyacá cinco años antes.

Así que claramente lo que están celebrando es el bicentenario de la independencia de Bogotá o de Santafé como quieran llamarla. Celebramos es el triunfo del centralismo que ha empobrecido a otras regiones en beneficio de la capital. Pero Bogotá no es Colombia, pues la verdadera Colombia comienza a kilómetros del Palacio de Nariño donde los climas mejoran, la música fluye y la comida se llena de colores y sabores.

Sin embargo, lo trágico de esta nueva celebración es la imposición ideológica que sugiere que lo militar debe primar sobre lo civil, las armas sobre la política, cuando no es así. Las guerras, con sus victorias y sus derrotas, son el resultado de decisiones civiles y políticas, no al contrario. Lo que hay que celebrar es la decisión de un pueblo de ser soberano, de jugárselo todo, hasta la vida, por su libertad. Toda América celebra sus declaraciones civiles de independencia sobre los hechos de guerra. Ni siquiera los norteamericanos, tan militaristas, han cambiado su acto civil, la declaración del 4 de julio de 1776, por una de sus victorias militares contra los ingleses en sus largos años de guerra de independencia.

Pese a que con ese espíritu bolivariano, militarista y centralista, dictatorialmente decretaron un nuevo mito fundacional, hay quienes creemos que siempre debe primar la política sobre la guerra, el imperio de la razón sobre la fuerza; pero sobre todo la diversidad y la construcción social sobre la hegemonía cultural de esas castas dominantes que imponen hoy hasta un nuevo Bicentenario.

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