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La mediocridad hoy arraigada en la política y en el servicio público, no puede ser la regla, mucho menos la excepción, no puede haber cabida para los mediocres, so pena de seguir en un país con un Estado fallido.
Máxima exigencia tienen los que deciden servir a los demás; hacer parte del servicio público comporta tener indispensablemente vocación, formación para lo público, entenderlo como la posibilidad de generar oportunidades, influir y tomar decisiones en beneficio de los que más necesitan con animo de lograr la tan debatida justicia social. La política necesita seres humanos convencidos y comprometidos con unas ideas, con unos propósitos que contengan generosidad, empatía, sensibilidad social y humana, solo de esa manera lograremos construir la nueva Colombia.
Conocer a fondo la estructura del Estado colombiano exige personal y profesionalmente, no solo personas con formación en conocimientos, sino excelentes seres humanos, quien pretenda entrar en la política para satisfacer vanidades personales, apetitos económicos u odios, estará condenado a fracasar. Nada más doloroso e infructuoso para la sociedad, encontrar seres humanos haciendo lo que no quieren, lo que no pueden o peor haciendo lo que no les gusta pero los va a enriquecer. Tal vez y muy seguramente en nuestro país, habrán avanzado esos a los que les gustan los privilegios de la política, pero no la política, afortunadamente también hoy es más fácil verlos, detectarlos, definir su mediocridad y falta de carácter, una característica especial es, que solo se dedican a la crítica, a la destrucción y al desprestigio, poco se les verá proponiendo, menos haciendo.
Necesitamos meterle contenido a la política, animar el debate sobre los temas importantes del país, generar espacios de construcción social, de inclusión, de convergencia y participación, exigiendo un mayor grado de formación, experiencia y valores humanos a aquellos que buscan ocupar altas dignidades para orientar nuestra nación.
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