El proceso está vivo

Guillermo Pérez Flórez

Esta semana hubo tres hechos que hacen pensar que las posibilidades de paz siguen vivas. 1. El senador Álvaro Uribe propuso un acuerdo nacional por la paz y una mesa tripartita entre el Gobierno, la guerrilla y la oposición a los acuerdos. 2. El Gobierno expidió un decretó identificando 26 puntos de pre-agrupamiento de la guerrilla. 3. En La Habana se organizó un acto de petición de perdón con los familiares de los diputados del Valle en Cali. Todo esto confirma que el proceso de paz está vivo.

Como era de esperarse las Farc descartaron de plano la propuesta de Uribe y de paso cancelaron una reunión de su abogado, Enrique Santiago, con la cúpula del uribismo, por considerar que era una maniobra dilatoria. Pastor Alape fue el encargado de rechazarla a través de un ‘trino’ en que recordó que el presidente era Juan Manuel Santos, y que no iban a ‘legitimar’ a los saboteadores. Alto y claro.

¿Por qué ahora quieren dialogar con las Farc Uribe y Pastrana? La razón es que el resultado del plebiscito despertó en el pueblo las ansias de paz que no habían conseguido los diálogos y los acuerdos. De manera que oponerse hoy a la paz y llamar a la guerra sería de locos. Habría que ser muy finos para hacerlo. Volver al lenguaje uribista belicista (perdón por la redundancia) no daría fruto. La consigna “paz sí pero no así” subió a muchos partidarios del No en el bus de la paz y para bajarlos se requiere de mucha habilidad. No bastará decir que sus argumentos no han sido escuchados. De otra parte, el Nobel de Paz ha dado un reforzamiento político inmenso al presidente Santos. Su capital político se ha multiplicado, aunque esto apenas lo reflejen las encuestas. Gústenos o no, Santos se ha consagrado como un líder internacional y es un activo muy valioso para el país. Uribe, en cambio, es una especie de ángel caído, el hombre que se opone a la paz, como lo calificara un editorial del New York Times, y carga con la mácula del paramilitarismo.

¿Qué hacer con Uribe? A él no le importa la historia. Solo le interesa el presente. Sus hijos, su hermano, sus amigos y aliados políticos procesados por la justicia. Y lógicamente las verdades que puedan salir con la justicia transicional. De allí su oposición a este punto. Todo lo demás es bruma. La etiqueta y el empaque con el que envuelve sus verdaderos intereses. La cuestión es muy compleja, por eso el acuerdo es tan difícil.

Esta semana quedó claro que una cosa son los acuerdos de paz, y otra el proceso de paz. Los primeros están en el limbo, lo segundo sigue vivo, y Santos tiene la obligación constitucional de buscar la paz, más ahora que ha adquirido rango internacional y que los colombianos claman por la paz en las calles y plazas, como quizá nunca antes.

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