Los verdaderos enemigos

Guillermo Pérez Flórez

La política colombiana da asco. Y a veces pienso que muchos de quienes tienen el monopolio de ella eso quieren, que dé asco para que la gente buena, trabajadora y honrada no se meta en ella y, de esa manera, seguir haciendo de las suyas. De allí los históricos índices de abstencionismo electoral, la gente se asquea y prefiere quedarse en casa en lugar de ir a las urnas. Lógicamente, existen otras causas pero el repudio a la política es lo principal.

Los escándalos que se viven en el país y en América Latina en torno a la corrupción de Odebrecht ponen al descubierto cómo la dirigencia política ha transformado el Estado en un botín de guerra. El objetivo es capturarlo para enriquecerse, es lo que llaman “aprovechar el cuarto de hora”. De allí que el vínculo entre negocios y política se haya vuelto más frecuente en los últimos años. Ya no es solo la adjudicación de contratos, sino la estructuración de negocios que se extienden varios años después de terminado un mandato público o de haber salido del puesto, gracias a una idea noble como son las alianzas público privadas, APP.

El sistema funciona de manera sencilla. Las empresas contratistas del Estado financian las campañas electorales para asegurarse cuotas de poder, y esas cuotas tienen que garantizar el retorno de la “inversión”. Por eso cada vez las campañas valen más dinero, por eso la política ya no es un ejercicio de inteligencia sino una competencia entre chequeras. Una puja entre bandas organizadas que medran en torno al Estado y desplazan a los ciudadanos. El sistema electoral es corrupto y corruptor, quien no juega con sus reglas tiene muy pocas posibilidades de sobrevivir. Si se quiere derrotar la corrupción hay que reformar el sistema electoral, que es la madre de todos los vicios. Ponerle coto al financiamiento privado de las campañas y fortalecer los controles para derrotar la opacidad que las gobierna.

La corrupción política es el enemigo, el verdadero enemigo de la sociedad y del Estado. Su derrota se impone, si se quiere asegurarle futuro a Colombia. Hay un sector político que quiere mantener vivo el fantasma de las Farc para que los ciudadanos no fijen su atención en el cáncer que los carcome, que es una simbiosis entre la politiquería, negocios turbios y corrupción. Muy seguramente mucho de lo acordado entre el gobierno y las Farc está lejos de representar un ideal para una sociedad normal, pero lastimosamente Colombia no lo es. Por eso hay que pasar esa página de la historia y concentrarse en la construcción de un Estado más eficiente, más transparente y meritocrático.

Reitero lo dicho tantas veces: el conflicto armado ha sido la disculpa perfecta para que no veamos ni encaremos los verdaderos problemas del país: corrupción, politiquería, desigualdad, exclusión social, falta de oportunidades de educación y trabajo para las personas más necesitadas. Hay que abrir los ojos de cara a las próximas elecciones, y no volverlos a cerrar después de que éstas pasen, que es lo que suele hacerse.

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