La estrategia de Uribe

Guillermo Pérez Flórez

Uribe no se “equivocó” al acusar a Samper Ospina de ser un “violador de niños”. No dio un paso en falso ni “se le fue la mano”. No. Fue algo funcional a la estrategia electoral. Veamos.

Un primer objetivo es conseguir que a la política la domine la pasión. Hacer que “la gente salga a votar verraca”, como el 2 de octubre. No busca conquistar a las élites intelectuales con unas tesis. No. Su mensaje va dirigido al lumpen político. No es casual que un sicario como ‘Popeye’ se solidarice con él y diga que “Samper es un vómito”. Él querría, como poco, “partirle la cara”. Uribe sabe que para derrotar las maquinarias e imponerse tiene que movilizar el abstencionismo (que es superior al 50%). Y sabe que esto sólo es posible con emociones como el odio, atizando el resentimiento, desatando rabia. Escogió bien el enemigo. El apellido Samper representa a la rancia y excluyente aristocracia bogotana y a una línea política cuestionada y satanizada. Además, es periodista. Y el periodismo, sobre todo el de investigación, es un actor incómodo al que hay que aniquilar. Sigue la estela de Donald Trump, quien se hizo con el poder arremetiendo contra CNN y The New York Times. Símbolos del establishment, como Hillary. Es populismo científico. No demagogia barata.

Por otra parte, el delito más abominable en Colombia es la violación de niños. Hace unos años una señora se hizo elegir senadora proponiendo la pena de muerte para los violadores. Está fresco el caso de Yuliana Samboni, violada y asesinada por un miembro del estrato 10 bogotano, el mismo de Samper Ospina. Acusarlo de violador es eficaz para establecer conexidad con otro asunto irritante: la adopción de niños por parejas gay. Ellas ‘corrompen’ a los niños, es como si los violaran. Oponerse a esta ‘perversión’ es una cruzada santa, un fin que justifica los medios. Maquiavelismo en estado puro.

Uribe sabe bien lo que hace. Es el estratega más astuto de los últimos tiempos. Todo este escándalo le sirve para tener viva la polarización que se dio con el plebiscito por la paz, que dividió familias y destrozó amistades. Las Farc, en tanto demonio, están agonizando, y que por más que Uribe intente reanimarlas perderán fuerza. Por eso busca otros demonios. Ha escogido a la prensa y al régimen de Maduro. Ha hecho de la crisis venezolana un asunto de política doméstica, como si en Colombia tuviésemos una democracia perfecta. La crisis venezolana oculta el asesinato de líderes sociales y de exguerrilleros desmovilizados, la corrupción y la crisis de la justicia. Para eso no hay espacio ni interés.

Lo menos importante en esta campaña es el candidato y el programa. Ya Uribe nos lo dirá. Para ese momento el lumpen político estará ansioso de acudir a las urnas para desahogar su rabia y frustración. Son las barras bravas de la política. “Ladrón o no ladrón, queremos a Perón”, aullaban los “grasitas” en los años 50 en Argentina. Estamos advertidos de lo que viene.

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