Las prioridades nacionales

Guillermo Pérez Flórez

El país tiene que definir prioridades. En el ámbito político lo más importante es derrotar eso que Álvaro Gómez Hurtado llamara el ‘régimen’. Es decir, un conjunto de prácticas corruptas que comienzan con el amiguismo y derivan en estructuras mafiosas que capturan el Estado para ponerlo al servicio de sus intereses personales, familiares o de grupo económico.

El ‘régimen’ es una subcultura que ha penetrado todas las estructuras públicas y privadas del país. A los sectores público y privado. A todos los partidos y movimientos políticos. A todas las clases sociales. Una enfermedad que comenzó en la cúpula y ha descendido hasta la base, y tiene al país sumido en una etapa de decadencia ética y moral sin precedentes en nuestra historia. El dramático espectáculo que estamos presenciando en las altas cortes y en la Fiscalía es un reflejo de cuanto sucede en otros ámbitos. Lo de Reficar y Odebrecht se replica en lo micro en las alcaldías pequeñas. De allí que la ciudadanía haya comenzado a clamar por un cambio real. El Estado no puede seguir siendo un botín que se disputan clanes políticos, familiares y económicos. Hay que decir ¡basta!

La crisis de los partidos (casi todos en proceso de liquidación) es otro indicador del hastío ciudadano con la corrupción y la politiquería. Esto explica por qué casi todos los candidatos presidenciales quieren inscribirse por firmas y distanciarse de los partidos. Sin embargo, aunque la mona se vista de seda mona se queda. Cambiar de ropaje no basta. Hay que establecer responsabilidades. De allí la importancia de iniciar un proceso de regeneración democrática que tenga capacidad de estimular una nueva cultura política con base en valores éticos y morales. Esto no pasa por el debate ideológico. La controversia no es entre izquierda y derecha (por demás, categorías de análisis anacrónicas), sino entre quienes quieren solo una democracia gestual y tener privilegios de tipo dinástico y quienes aspiran a una democracia profunda basada en el mérito y el decoro.

Otra prioridad inaplazable es consolidar la paz. Sería un error dejar la tarea a medio hacer, o retroceder y hacer trizas los acuerdos, como lo propone cierto sector. Si se quiere superar la violencia, derrotar la corrupción y desarticular las redes criminales organizadas, es imprescindible poner fin total al conflicto armado. En eso no podemos equivocarnos. En suma: Colombia tiene dos grandes prioridades: derrotar el ‘régimen’ corrupto que ha cooptado las instituciones y modificado la escala de valores de la sociedad, y consolidar la paz. Y esto no va a conseguirlo una sola persona ni organizaciones políticas que ya tuvieron su oportunidad y defraudaron la confianza pública. Será fruto de una amplia alianza ciudadana capaz de llevar a cabo esa regeneración democrática. Es el tiempo de los ciudadanos y de nuevas expresiones políticas y sociales que tengan sentido de país. La hora demanda altura de miras. Responsabilidad y generosidad. Por favor, no más de lo mismo.

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