Desarmar los espíritus

Guillermo Pérez Flórez

El momento que vive Colombia es especial. A pesar de que algunos hechos nos hagan pensar que transitamos por un camino equivocado, tengo la certeza y la confianza de que los dolores que hoy padecemos son los propios del parto de una nueva era de progreso y entendimiento, que tan esquiva nos ha sido.

Hagamos un ejercicio. Devolvámonos treinta años, pensemos que es 1988. Por estas mismas calendas nos aprestábamos a ir a las urnas para elegir a los alcaldes, por primera vez en nuestra historia. Creo que algo hemos aprendido en estos años. Se han cometido errores, muchos, pero creo que hoy somos más conscientes y más responsables de la importancia de saber elegir. Por supuesto, no estamos exentos de equivocarnos. Pero dudo que alguna comunidad esté dispuesta a renunciar a elegir directamente a sus mandatarios locales.

Para 1988 la violencia de los carteles de la droga estaba en pleno apogeo. Ese año el de Medellín asesinó al procurador Carlos Mauro Hoyos. Entre las mafias de Cali y Medellín se libraba una guerra. Los de Cali habían iniciado año bombardeando el edificio Mónaco en donde vivían Pablo Escobar y su familia, en represalia por los atentados contra Droguerías La Rebaja, su cadena de farmacias. Los paramilitares inauguraron la ola de masacres, recuerden Segovia, la Mejor Esquina, Saiza. El M19 secuestró a Álvaro Gómez y Pablo Escobar a Andrés Pastrana. Colombia tenía nueve grupos guerrilleros. Tómele una fotografía a ese año y otra al actual, y dígame cuál de las dos prefiere. ¿Aún nos falta mucho camino por transitar hacia la normalidad? Por supuesto que sí. Aún quedan un grupo guerrillero, residuos de las Farc y otros grupos ilegales. Llevamos décadas de guerra, terrorismo y violencia. Los estragos que esto ha causado en la psiquis colectiva son inmensos. Todos estamos afectados. Tenemos muchas heridas que aún no cicatrizan, heridas que continúan abiertas. Necesitamos sanar, restaurar el alma colectiva y proseguir con la tarea de normalización.

Necesitamos seguir caminando hacia adelante. Para ello es fundamental desarmar los espíritus. Desprendernos de tanto prejuicio, aprehensión y odio. Utilizar mejor el lenguaje, no usarlo para echarles sal a las heridas, ni para profundizar en los disensos, sino para construir consensos. Valerse de las palabras para construir puentes de entendimiento, no para dinamitar los pocos que tenemos. Usarlas para aproximarnos, no para distanciarnos. Tenemos que aprender a debatir sin ofendernos. Todo un reto cultural. Para que las cosas cambien, todos tenemos que cambiar. El cambio comienza en nuestras mentes. Hay que aprender a no responder a la provocación. Si no entendemos esto a tiempo, en estas elecciones podríamos retroceder y los perjuicios serían irreparables. Es preciso detener la escalada de agresiones verbales y físicas que se está dando en esta campaña. Y ello comienza por el uso inteligente de las nuevas tecnologías. Piénselo: ¿Vale la pena reproducir agresiones, calumnias, injurias, propagar miedo, odio y atizar la guerra sucia que estamos padeciendo? Desarmemos los espíritus. Eso también es responsabilidad nuestra como ciudadanos. Cuide el poder que la tecnología pone en sus manos.

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