En busca del futuro

Guillermo Pérez Flórez

Se ha vuelto un lugar común decir que estamos polarizados y que la encrucijada electoral de 2018 es escoger entre dos extremos radicales o entre izquierda y derecha. A partir de este marco se analiza la coyuntura y se ofrece la necesidad de construir un centro. El planteamiento suena bien, pero es equivocado.

La polarización que se vivió en Colombia con ocasión del plebiscito del 2 de octubre fue producto de dos visiones antagónicas. Una, la de hacer la paz dialogando y concertando, y la otra, la de llegar a ella mediante la solución militar, la paz de los sepulcros. En las elecciones del 27 de mayo hay herederos de esa polarización, pero no constituyen la continuidad de la misma. Aunque el uribismo recuperara el poder, no podría “hacer trizas los acuerdos de paz”. Lógicamente, Iván Duque no sería el presidente más entusiasta para implementarlos, dado que llegaría al poder sobre los hombros de un sector refractario a los cambios y enemigo del proceso de paz. Ese sería su karma. Pero devolver las manecillas del reloj, a estas alturas, es imposible. Todo se reduciría a ponerle una camisa de fuerza a la JEP y a la reforma rural integral. No más.

Tampoco hay polarización porque no se está reeditando el enfrentamiento entre Santos y Uribe, que padeció el país durante los últimos años. Santos, además, no tiene candidato formal. Ni Petro, ni Vargas, ni Fajardo, ni De la Calle son candidatos suyos. Él preferiría a cualquiera de ellos, antes que al regreso del uribismo, pero no puede tener candidato propio dada su impopularidad política. Intentará meter la mano (ya lo ha hecho) en favor de Vargas y Pinzón, con quienes simuló sendas peleas políticas, pero pensar que Vargas es santista es tan equivocado como creer que Santos es uribista.

El dilema real hoy es entre pasado y futuro. Ni Duque ni Vargas representan un cambio auténtico. Ambos son versiones matizadas del pasado. Más de lo mismo. Cada uno arrastra consigo un pasado propio o ajeno. Son la garantía de que si las cosas cambian todo sigue igual. La tragedia que hoy vive Colombia es que no se ha podido conformar una oferta sólida de futuro. Los llamados a hacerlo serían De la Calle (que simboliza la paz), Petro (anhelo de cambio social) y Fajardo (lucha contra la corrupción). Si ellos se unieran en torno a una partitura común y salieran juntos a venderla a las plazas públicas, para que fuese el pueblo el que escogiera a su mejor intérprete el 27 de mayo, estoy seguro de que las mayorías populares se volcarían a apoyarlos. Un acuerdo de esta naturaleza movería el eje de la política 180 grados. Produciría un desequilibrio axial. La realidad es que ninguno de ellos, por separado, está en condiciones de conducir a Colombia por la senda del cambio verdadero que necesita y reclama.

La cuestión es que hay un pasado que se resiste a morir y un futuro que tiene miedo de nacer. Estamos en la misma encrucijada del 91, tras la Asamblea Nacional Constituyente. Seguimos buscando el futuro.

Comentarios