Una nueva conversación

Guillermo Pérez Flórez

Estas elecciones harán historia, cualesquiera sea el resultado, pues suponen el inicio de una nueva conversación que determinará el rumbo del país. Nos dejarán dos grandes narrativas con varios matices en su interior, dado que los dos bloques que expresan Iván Duque y Gustavo Petro no son homogéneos. Es un error de apreciación verlo así. De hecho, no se sabe cómo evolucionará cada uno tras las elecciones, va a depender de quién se alce con la victoria. Un triunfo de Petro haría tabla rasa en la política colombiana.

Esas dos narrativas políticas significan continuismo y cambio, respectivamente. Bajo la candidatura uribista se ha aglutinado casi todo el poder político y empresarial. Expresidentes, congresistas, excongresistas, gobernadores y exgobernadores, y un largo etcétera de políticos y dirigentes gremiales y empresariales que resumen cuarenta o más años de gobernanza nacional. Duque es la promesa de renovación de quienes históricamente han tenido el poder y que, para bien y para mal, son los responsables de la Colombia actual.

Petro encarna un anhelo represado de cambio y justicia social que se ha buscado por diferentes caminos, unas veces inclusive a través de las armas, otras más mediante corrientes de renovación dentro de las fuerzas tradicionales y algunas otras desde propuestas alternativas políticas, cívicas y sociales. Como lo dije antes, no es un bloque homogéneo, ni en lo político, ni en lo ideológico, ni en lo social. Es una Colombia multicolor que no se siente interpretada por las formas y el orden tradicional, que ha estado muchos años en la dispersión o en la marginalidad, apabullada por la violencia o el escepticismo.

Cada cual representa una visión de sociedad y un modelo de desarrollo diferente, y es equivocado empaquetarlas como “derecha” e “izquierda”, porque más que criterios ideológicos (que por supuesto existen) lo que subyace en ellas son dos formas de entender y de hacer la política, y de moldear la sociedad y el Estado. El eje medular del debate actual es la ética, no la ideología. El rechazo a los privilegios por razones de apellido (los delfines), ideología o clase social es una cuestión ética, igual que el respeto a la diversidad y a la pluralidad política y cultural, el rechazo a la corrupción y a la politiquería, o la defensa del medioambiente, que es una variable fundamental de este tiempo. A partir de mañana, estos dos sectores tendrán que darse la mano, aceptarse y conversar. No podemos darnos el “lujo” de conformar dos países que se rechazan y se dan la espalda, y aplazar los cambios que se requieren. Colombia es una sola y en ella cabemos todos. Nadie tiene porque irse.

Estos bloques solo podrán coexistir si conversan y se respetan. La historia colombiana ha sido una especie de monólogo del establishment, esto sin embargo va a cambiar, pues ahora existe una Colombia que lo está interpelando, y que amenaza con desalojarlo del poder. Será imperativo dialogar, sin estigmatizaciones, ni exclusiones. La política está de vuelta (felizmente) y refleja los cambios culturales que se están dando en la sociedad. Es preciso abrir una nueva conversación. Salgamos a votar.

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