El presidente Duque en su laberinto

Guillermo Pérez Flórez

El llamado a indagatoria que hace la Corte Suprema de Justicia al senador Álvaro Uribe Vélez, por fraude procesal y manipulación de testigos, es un hecho que va a alterar la dinámica política, a influir en la gobernabilidad del presidente Iván Duque y en la credibilidad de la administración de justicia. De esto no tengo la menor duda.

Si persiste en respaldar a Uribe, en lugar de respaldar a las instituciones, como es su deber presidencial, va a comprometer seriamente su liderazgo y capacidad para buscar acuerdos que le permitan adelantar reformas absolutamente inaplazables, como lo es, por ejemplo, la reforma a la justicia. La cual no puede adelantarse sin un amplio acuerdo nacional, lo que incluye, por supuesto a la oposición política, no a los magistrados de las altas cortes, como equivocadamente piensan algunos. Cualquier iniciativa que plantee, estará cuestionada por la presunta necesidad de beneficiar a su mentor y jefe político. La propuesta de una Corte única, la eliminación de la JEP y de la Comisión de la Verdad, tendrán como trasfondo ese elemento. Es posible que, para estos efectos, Duque (y de paso el país) pierda, el primer año de gobierno, en el más leve de los casos. Mientras tanto, la deslegitimación de la administración de justicia continuará, y de forma acelerada, por cuenta de los cuestionamientos de Uribe. Qué paradoja.

El problema para Duque es que, si no defiende a Uribe, el sector más radical del Centro Democrático podría sacarle los ojos y tildarlo de desagradecido. A partir de ahí, su respaldo en el Senado (solo 19 senadores) comenzaría a erosionarse, y esto lo forzaría a ponerse en manos de Germán Vargas (16 senadores), César Gaviria y/o de los barones electorales del conservatismo y de la U. (14 senadores cada uno, y 13 los últimos.) Complejo panorama. Palo porque bogas, y palo porque no. Lo peor es que Uribe tiene 22 procesos penales en la Corte Suprema, en algún momento, pues, tendrá que sentarse en el banquillo y someterse a su jurisdicción. Y no es función del jefe del Estado erigirse en escudero ni en defensor oficioso de nadie, por importante que sea.

Duque ha dicho que quiere ser el presidente de todos los colombianos, y que su principal objetivo es unir al país. Perfecto. Hay que creerle. Para ello deberá, como la mujer del César, no solo serlo sino parecerlo, subirse al pedestal institucional y desde ahí comenzar a gobernar. Tomar partido para defender a Uribe, y contribuir así a la pérdida de credibilidad en la administración de justicia comprometerían seriamente el liderazgo presidencial y su capital político. Es libre de hacerlo, por supuesto, esa será su decisión.

No parece halagüeño el futuro para el presidente Duque. Tendrá que timonear la nave del Estado (solito) en un mar de aguas turbulentas. Ahí veremos de qué está hecho el capitán. Por el bien de Colombia, que los dioses lo acompañen y lo ayuden a salir del oscuro y escabroso laberinto en que se haya.

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