La España que me tocó

Guillermo Pérez Flórez

El pasado 6 de diciembre la Constitución española cumplió cuarenta años, los años de mayor progreso, estabilidad y paz de su historia contemporánea. ¿Es esto fruto de dicho texto? Por supuesto que no, es obra del espíritu que allí se recoge, de un espíritu reconocimiento, aceptación y tolerancia, que les permitió salir de una etapa dominada por el autoritarismo y la represión, e internarse en una en la que predomina la pluralidad de opiniones, divergentes, convergentes e inclusive disolventes.

En estos años la península ha dado un cambio sorprendente. Se integró a Europa, se proyectó sobre Latinoamérica, consolidó instituciones democráticas, modernizó infraestructuras, elevó indicadores sociales, multiplicó por 13 su renta per cápita, hizo una sociedad más justa e igualitaria y superó la violencia partidista. Bajo este cielo, lleno de luz y color como pocos en Europa, conviven hombres y mujeres de todos los signos políticos, credos religiosos y preferencias sexuales. Monárquicos y republicanos, conservadores, liberales, socialistas, comunistas, fascistas y anarquistas, creyentes y agnósticos, y una diversa comunidad Lgtbi. Es, además, un país amante de la buena vida, en donde se trabaja para vivir (no se vive para trabajar), que se resiste a los embates del aceleramiento urbano que despersonaliza e insensibiliza. Un país solidario, con más de un millón de cooperantes que van por el mundo, como el Quijote, deshaciendo entuertos, tratando de ayudar a sus semejantes.

Desde luego que aún tiene un trecho por recorrer para alcanzar el bienestar y la equidad de otros países europeos, el desempleo azota con crueldad a los jóvenes, pero lo conseguido es digno de reconocimiento. Las desavenencias políticas (léase Cataluña y País Vasco), que se dan hasta en las mejores familias, no restan mérito a este pueblo que con sus luces y sombras (que por supuesto las tiene) continúa avanzando, al punto que hoy es una de las diez potencias científicas del mundo. Ya no es una tierra de pasodobles, fiesta brava y pandereta, sino de trenes veloces, coches eléctricos y Metros. La Constitución ha sido reformada solamente dos veces, un signo de estabilidad y de acatamiento a lo instituido, nadie osa cambiar las reglas a su acomodo. Ha evitado – hasta el momento – el auge de una extrema derecha de corte xenófobo y populista que instrumentaliza la tragedia migratoria del Mediterráneo. Y a pesar de los reparos de algunos sectores, su modelo autonómico - sin duda alguna perfectible - es uno de los más profundos, con una democracia en construcción, en donde los reyes reinan, pero no gobiernan. Una especie de república imperfecta.

De los cuarenta años constitucionales he vivido casi la mitad en esta tierra. Es esta la España que me tocó, en su doble acepción, la que me correspondió y la que me tocó el alma. ¡Salud! Me apuro un Rioja, y brindo porque España siga siendo España, en donde hace cuatro décadas supieron reconocerse, entenderse y aceptarse, para vivir en paz y construir una era de progreso y de justicia. Un gran ejemplo. Ahora solo tienen que imitarse.

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