Un debate impostergable

Guillermo Pérez Flórez

Los días son propicios para la reflexión. Hace unas semanas hice alusión al libro de Andrés Oppenheimer, ¡Sálvese quien pueda!, para hablar sobre la necesidad de replantear el tipo de educación que se está impartiendo a los jóvenes, y que en lugar de generar posibilidades de realización estaría incubando frustración profesional y desempleo estructural. Dicho en otras palabras, estamos preparando profesionales y técnicos que no van a tener nada qué hacer en el futuro próximo.

La revolución tecnológica está yendo a una velocidad muy superior a la que van los cambios educativos. Es como si mañana nos cambiaran las tablas de multiplicación y no aprendiéramos las nuevas, saber las antiguas solo nos serviría de cultura general, sería una situación gravísima y caótica, y es lo que nos está sucediendo. Por eso hablo de que se está generando desempleo estructural, el cual no puede superarse con medidas económicas. Se requieren políticas educativas que se ajusten al ritmo de esa revolución tecnológica, que está generando lo que podríamos denominar obsolescencia cognoscitiva.

Es difícil encontrar sectores económicos a donde no lleguen la automatización y la robótica. ¿Puede usted imaginar que un robot “vea” un partido de fútbol y que un minuto después de terminado tenga escrito el artículo con una calidad de escritura perfecta, cero errores de sintaxis y ortografía? ¿Y con referencias estadísticas y de contexto que demandarían un cúmulo de conocimientos profesionales de muy difícil manejo para un humano? IBM tiene un robot abogado, Ross, capaz de consultar la jurisprudencia en términos de tiempo que no serían capaces de hacerlo un millar de abogados. El robot “consulta” en minutos, si no en segundos, más de 200 millones de páginas sobre casos similares Nadie puede superar esto. Es ir en mula, en la era del jet. Uno podría pensar que en los países en vías de informatización esta revolución aún tomará su tiempo, y es verdad, pero la cuestión es que los cambios educativos se tardarán mucho más. Hay que preparar los nuevos “maestros”, adecuar los pensum y, sobre todo, definir las vocaciones, acorde con las posibilidades culturales del país y de las regiones. La “revolución” educativa debería tener “mensaje de urgencia”, en buena hora los propios estudiantes se han encargado de dar un campanazo, al exigir mayor presupuesto para la educación pública superior. Sin embargo, el debate presupuestal es absolutamente insuficiente, se requiere un cambio total de paradigma. No soy experto en el tema educativo, sobre decirlo, pero me preocupa mucho que el debate sobre la calidad y el tipo de educación que demandan los nuevos tiempos no se esté dando con la intensidad y magnitud requeridas. Los padres de familia y los propios jóvenes deben tomar la iniciativa, de lo contrario, vamos a tener cantidad de muchachos desocupados, frustrados, anulados, sin tener cómo realizar un proyecto de vida, que serán tentados por el dinero “fácil” o que tendrán que emigrar en busca de oportunidades laborales. ¿La cuestión es a dónde? ¿Y a hacer qué? La cosa es peliaguda. La cuestión educativa hay que tomársela en serio, es un debate impostergable.

PD: Feliz Navidad para todos los lectores.

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