Una historia de éxito

Guillermo Pérez Flórez

El personaje al cual me voy a referir es uno de esos que confirma la vieja sentencia de querer es poder. Querer, por supuesto, no es igual a desear, tiene una connotación que trasciende el mundo de las aspiraciones y anhelos, y se interna en una dimensión que cuyos puntos cardinales son la constancia, el esfuerzo, la concentración y el trabajo.

Conocí a Nadya Karolina Ortiz cuando ella apenas tenía dieciséis años. Su corta edad, sin embargo, no le impedía tener clara su meta. En ese entonces era una niña de pocas palabras, tímida y un tanto retraída, pero poseedora de un halo especial, con deseo de superación y sed de triunfo. Para ese momento ya ostentaba el título de campeona nacional de ajedrez, y buscaba conseguir el de gran maestra internacional. Un reto difícil si no se tiene patrocinio económico gubernamental, familiar o empresarial, y ella no tenía ninguno de los tres. La recibí en el aeropuerto de Barajas en Madrid en pleno invierno, ensamblada dentro de una sudadera deportiva tres o cuatro tallas más grandes que la suya, y que era todo el apoyo que la Federación Nacional de Ajedrez le había dado.

Fue la primera ajedrecista colombiana en tener el título de gran maestra internacional. A la fecha, en Colombia solo tres mujeres han alcanzado esa distinción, una cifra muy modesta si se compara con otros países, no digamos Rusia que cuenta con 238 grandes maestros internacionales activos, sino con Argentina o Cuba, que tienen 24 y 21 respectivamente. Gracias a ese talento, la Universidad de Brownsville de Texas le ofreció una beca para estudiar ciencias de la computación, a cambio de que integrara su equipo de ajedrez. Así se pagó sus estudios.

La semana pasada me tropecé con Nadya en Ibagué. Es una mujer hecha y derecha, hiperlábica, segura, que irradia satisfacción y una energía desbordante, a quien el éxito no se le ha subido a la cabeza. Tardé una fracción de segundo en reconocerla, hacía quince años no la veía, pero su voz y su mirada la ´delataron`. Ahora está enrocada en la computación, habla de inteligencia artificial, robótica y algoritmos, vive en la meca de la computación en el Silicon Valley, en California, conoce medio mundo y le ha dado jaque mate a la pobreza y a la marginalidad. Juega en otras ligas, desde hace cinco años trabaja en Apple, uno de los gigantes tecnológicos. Su historia, imposible de condensar en media cuartilla, debería servir para inspirar a millares de jóvenes que sufren - como ella sufrió - de privaciones y falta de oportunidades, para que sepan que a punta de coraje, dedicación y sacrificio se puede salir adelante. Nadya y su familia están comprometidos en ayudar a otros niños que necesitan y buscan oportunidades, son un ejemplo digno de admiración, reconocimiento y apoyo.

Tengo el pálpito de que esta historia de éxito apenas está comenzando, el tiempo se encargará de demostrarlo.

Comentarios