Pensar Colombia

Guillermo Pérez Flórez

Hace algunos años hizo carrera la afirmación: Colombia está sobre diagnosticada. Con base en esa sentencia se desechan los análisis y los estudios referentes a la realidad social, geográfica, cultural e histórica del país. Los hechos, sin embargo, refutan dicho aserto. Si algo nos indican estos es que los colombianos no conocemos el país, ni entendemos la diversidad de lógicas y de cosmovisiones existentes. Si conociéramos un poco ese pluriverso llamado Colombia, no viviríamos en crisis permanente.

El país no está suficientemente estudiado, de estarlo no se recurriría a las mismas recetas fracasadas una y otra vez. Algunas personas con ínfulas tecnocráticas, en sus análisis de escritorio, confunden el mapa con el territorio, la demografía con la población, la política con las elecciones y la justicia con la cárcel, y esto les crean distorsiones de una realidad tan compleja como la nuestra. Aún estamos lejos de conocer nuestra geografías y biodiversidades (en plural), lo que significa para la humanidad la flora, la fauna y en general el patrimonio ambiental que poseemos, el que destruimos por ignorancia, en la mayoría de los casos, y codicia en unos otros.

Para comenzar, Colombia no es un país. Es más bien, un conjunto de países. Reconocer esto debería ser el primer paso, las élites políticas, económicas y sociales, pocas veces se han sentido orgullosas de esa diversidad, de allí que miren con desdén y desprecio las realidades mestizas, étnicas y el sincretismo cultural. Su visión es la de un país “blanco”, católico, hispano parlante, con educación política y económica anglosajona, recibida en universidades extranjeras o extranjerizantes que poco o nada saben de Colombia.

El país que tienen en su cabeza solo existe en sus burbujas familiares. El Cauca es un botón muy representativo de esto. Están lejos de saber, entender y aceptar que, por ejemplo, en este collage antrópico existen 68 lenguas (65 indígenas, dos criollas y una del pueblo gitano) y culturas que tienen una relación diferente con la naturaleza, y no sólo de explotación. (Por eso detestan la constitución del 91). Las élites políticas de los dos califatos que nos han gobernado (el de Bogotá y el de Medellín) no han podido superar siquiera la mentalidad colonial que heredaron tras la independencia. 200 años después, pareciera no haber aprendido nada. A ellas les ha ido bien, aunque al país le haya ido mal.

Pensar a Colombia, estudiarla, oírla, comprender su diversidad étnica y cultural, las conexidades sistémicas de sus páramos y cuencas hidrográficas, la exuberancia de sus mares, selvas, bosques y desiertos, debería ser un propósito con ocasión de este bicentenario. No es híper simplificando y homogenizando dichas complejidades, ni criminalizando a la población indígena, ni llamándola terrorista, ni reprimiendo a los estudiantes, ni manteniendo en la pobreza e ignorancia a los negros, a los mestizos, a los mulatos, que sobreviven confinados en las laderas, en los márgenes del desarrollo, de la información y del conocimiento. Hay que superar la narrativa bobalicona de que este es el mejor país del mundo, que su gente es la más feliz y … que está sobre diagnosticado.

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