Debajo de la sotana

Guillermo Pérez Flórez

Al papa Francisco le ha tocado bailar con la más fea. Su pontificado ha tenido que enfrentar la mayor crisis de la Iglesia Católica desde los días de Lutero, debido a los escándalos de pederastia y pedofilia de sacerdotes, obispos y cardenales. Situación que ha derivado en una pugna interna en la cual ha decidido participar el cardenal Ratzinger (Benedicto XVI), quebrando sus votos de silencio en varias oportunidades y creado así una inadmisible bicefalia papal.

Este escándalo tiene dimensiones globales. Los análisis del periodista francés Frédéric Martel en el libro Sodoma, poder y escándalo en el Vaticano, son sesudos e inquietantes, no porque los hechos aludidos fuesen desconocidos, sino porque documenta la opresión que padecen muchos clérigos por parte de curas gais que practican una doble moral y son homofóbicos. Critican lo que son. Martel sustenta su investigación con entrevistas a casi mil quinientas personas, entre ellas 41 cardenales, 52 obispos y monsignori, 45 nuncios apostólicos y embajadores extranjeros, y más de 200 sacerdotes y seminaristas, casi todos homosexuales reprimidos. El problema, por supuesto, no es su homosexualidad, sino su hipocresía. Comentario aparte merecen los miles de casos de pederastia conocidos en los últimos años. Las denuncias en Colombia apenas comienzan, el cardenal Rubén Salazar cree que los casos no son tantos como en otros países, EE.UU., por ejemplo, en donde 39 obispos han renunciado tras ser acusados por la Justicia.

Ratzinger le ha salido al trapo con una extensa carta en la que culpa de tales delitos (porque no debe olvidarse que eso son) a la revolución sexual de los sesenta, a la ausencia de Dios en la esfera pública y a la deficiente educación en los seminarios. Afirma que “entre 1960 y 1980 los criterios hasta entonces aceptados en materia de sexualidad fueron demolidos y se dio paso a una ausencia de normas que después se ha tratado de corregir”. Culpa al Mayo del 68, por la liberación sexual que promovió, pasando por alto que ya en los años cuarenta del XX en EE.UU. enviaban a clérigos con problemas de alcohol o por abusos sexuales, a centros correccionales.

Francisco no hecha balones fuera de la cancha. No rehúye el problema ni lo minimiza, lo asume, obliga a denunciar a los pederastas y ha dado un año a las diócesis para escuchar a las víctimas e investigar los casos, decisión que rige desde del 1 de junio pasado. Esto le ha granjeado poderosos enemigos dentro y fuera de la Iglesia. De hecho, hay quienes abiertamente han llegado a pedir su renuncia y le acusan del delito canónico de herejía. El Vaticano se enfrenta al reto más grande de los últimos tiempos. Todos, creyentes o no, debemos estar atentos a lo que pueda suceder, el catolicismo es muy importante como para dejárselo solo a los curas. La Iglesia podría atomizarse. El papa representa, además, uno de los muy pocos liderazgos morales con los que hoy cuenta el mundo. Oremos por Francisco, y que Dios perdone a los sacerdotes que ocultan sus pecados debajo de la sotana.

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