La voz de la Iglesia

Guillermo Pérez Flórez

Tras una semana de reflexión la Iglesia Católica a través de la Conferencia Espiscopal Colombiana (CEC), presentó su visión sobre las distintas realidades socioeconómicas del país, a partir de un eje temático: ‘la economía al servicio de la dignidad humana y del bien común’. Excelente foco para la reflexión. A partir de este, abordó varios asuntos que son medulares para el presente y el futuro de Colombia, entre ellos los de hacer una reforma agraria y desarrollar los acuerdos de paz.

En lo que tiene que ver con la cuestión agraria, básicamente la Iglesia plantea algo similar a lo dicho en 2003, en el documento Tierra de todos, tierra de paz, en el cual manifestó su preocupación por la miseria y el abandono del campo, y demandó del gobierno de la época, atención inmediata, viable y adecuada. Es un asunto que está en el trasfondo de muchas de las violencias que han existido en Colombia, la lucha por la tierra, algo que quiso encarar Carlos Lleras Restrepo en 1968, cuando vino al país el papa Pablo VI y regañó a los ricos por tener una de las sociedades más desiguales e injustas del planeta. Quiso, dije, pero no pudo, porque encontró una de las más cerriles oposiciones en los terratenientes del país. Un intento en el cual fracasaron también Alfonso López Pumarejo y Darío Echandía con la ley 200 de 1936, con la cual buscaban solucionar los conflictos agrarios de la época, particularmente en Cundinamarca y Tolima en donde varios campesinos habían invadido tierras y demandaban títulos de propiedad.

En los acuerdos de paz el gobierno de Santos y las Farc pactaron una reforma rural integral (Punto 1), que según el tercer informe del Instituto Kroc de seguimiento a lo pactado, su implementación casi no ha ni siquiera empezado. De manera que podemos estar en presencia de un nuevo fracaso, pese a que estos acuerdos adquirieron rango constitucional. Hace bien la Iglesia en poner sus ojos sobre este asunto, absolutamente clave para el desarrollo, la convivencia y la equidad nacionales. Por ello es de celebrar y de aplaudir que a través de la CEC se plantee que para un cristiano debe ser importante su compromiso político, el uso de los bienes y su relación con la creación.

El agrario es un problema estructural del país, y mientras no se aboque y resuelva, el campo colombiano va a continuar siendo escenario de violencia, atraso e injusticia. Es una pena que los acuerdos de paz hayan quedado huérfanos, y que salvo voces aisladas, respetadas pero desoídas, como las de la Iglesia Católica y la comunidad internacional, salgan en su defensa. Esto debería ser objeto de debate y agitación por parte de los candidatos a las alcaldías y gobernaciones, de cara a las elecciones de octubre, pero nada se dice sobre el particular.

La Iglesia acaba de tocar las campanas, quiera Dios que su sonido no se ahogue en el mar de superficialidades, odios e insensateces que discutimos a diario. Escuchemos la voz de la Iglesia.

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