Notas para un renacimiento

Guillermo Pérez Flórez

A comienzos del siglo XX alguien tuvo una idea: construir un cable aéreo de 72 kilómetros entre Manizales y Mariquita, para movilizar productos entre la agreste montaña caldense y el llano del Tolima, buscando una salida al mar por el río Magdalena, desde Honda, el principal puerto fluvial del país. La idea la materializó en 1922 una firma inglesa que operó durante casi medio siglo, generando desarrollo en Manizales, Mariquita y Honda, al completar un circuito multimodal que combinaba cable, tren y río, pues años antes, en 1907, otra empresa había construido una línea férrea entre Ambalema – Mariquita y Honda.

Escribo esta nota y tengo la sensación de que el futuro ya pasó. Que vino y se fue. Hoy no tenemos cable, ni tren, ni río. Y entonces me preguntó, en qué momento se jodió todo. En qué momento dejamos de pensar en grande. Hace unas semanas, la Asamblea del Tolima, por iniciativa de los diputados Jorge Duque y Martha Amaya, invitó a William Calderón, presidente de la Cámara de Comercio de Honda, a Eduardo Peñalosa, de la Universidad de Ibagué, y a quien esto escribe, a hablar sobre el “Triángulo Naranja”, como hemos dado en llamar a la zona de influencia de esos tres municipios del norte. Ese día, la Asamblea Departamental decidió ir a sesionar en Mariquita, lo cual hizo el pasado jueves, un buen comienzo para comenzar a reflexionar sobre cómo podemos retomar la senda de desarrollo.

El viernes pasado en la noche, en el teatro Tolima de Ibagué, se llevó a cabo el lanzamiento del Mangostino de Oro, Festival Nacional de Música que se celebra en Mariquita todos los años, el cual llega a su vigésima cuarta versión. Fue una velada fantástica, llena de colorido y gratas sorpresas, como la de saber que la mitad de la banda sinfónica de Pereira que se presentó había estudiado en el Conservatorio de Música del Tolima. Así, de repente, bajo el hechizo de los acordes que serpenteaban por el teatro, salidos de las manos del “Negro” Parra y su tiple, y de todas las voces allí reunidas, tuve la premonición feliz de que es posible volver a pensar en grande. La música tiene un poder balsámico extraordinario, permite restañar heridas y expiar las frustraciones que nos deparan los avatares de la vida. Esta premonición me la confirmó el brillo de las miradas de los cientos de asistentes al terminar el concierto, particularmente las de mis paisanos, articulados en el colectivo Mariquita reverdece.

Corarte, la entidad organizadora del Mangostino de Oro, y su presidente, Bladimiro Molina, han elevado la vara y nos invitan a soñar con que sí es posible hacer cosas importantes desde, con y para la provincia, como lo hicieron nuestros abuelos a finales del XIX y principios del XX, cuando se dio la gesta de dominar las montañas, de conectar pueblos y culturas, y construir país a ritmo de bambucos, pasillos y danzas. Una gesta realizada “con el tiple y con el hacha”. Necesitamos un renacimiento, para volver a pensar y hacer cosas en grande.

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