Un problema estructural

Guillermo Pérez Flórez

Las cifras sobre desempleo publicadas esta semana por el Dane constituyen un jaque a la economía colombiana. Es un asunto peliagudo. La tasa de desempleo sigue ascendiendo, 2,3 millones de colombianos están sin trabajo y un alto porcentaje de quienes están ocupados se encuentra en situación de precariedad o en la economía informal, que es cercana al cincuenta por ciento. En algunas ciudades como Cúcuta, supera el setenta por ciento.

De una situación como ésta no se puede esperar nada bueno. A quienes más golpea el desempleo es a los jóvenes, la población que está entre los 18 y los 28 años padece una desocupación del dieciséis por ciento. Es una situación socialmente explosiva, que se expresa de diversas formas, entre ellas delincuencia juvenil, violencia intrafamiliar, prostitución, deserción escolar y drogadicción. Lo más grave es que esto puede agravarse en la medida en que se vayan sintiendo los efectos de la llamada cuarta revolución industrial. En el último año se han destruido casi un millón de empleos. El Ministro de Hacienda, interrogado sobre las causas del desempleo, contestó que no tenía una explicación. Se le abona que no mienta, pero entristece su incapacidad política para propiciar un debate que debe darse con sentido de urgencia.

Buena parte de la explicación del desempleo se encuentra en el dogmatismo neoliberal aplicado en las últimas tres décadas, que abrió la economía con tratados de libre comercio sin preparación alguna. La realidad es que hoy no tenemos capacidad para competir en casi nada. La productividad y competitividad colombianas están en rojo. En el sector agropecuario, por ejemplo, estamos graves. En el arroz nos superan Perú, Uruguay y Paraguay, países que han mejorado mucho en lo que llaman agricultura de precisión, gracias a que se han tecnificado y han dado respuestas al cambio climático. Hay que desmontar el mito de que somos una despensa. Carreta barata. No hemos progresado ni siquiera en la productividad cafetera, un sector que durante décadas contribuyó a hacer país, seguimos estancados en los doce millones de sacos, mientras que Brasil supera los sesenta millones.

Durante los dieciséis años de Uribe / Santos se le apostó al sector minero-energético. Tuvimos bonanza y de eso solo queda el recuerdo. No utilizamos los recursos para mejorar el aparato productivo y potenciar otros sectores. Dejamos de hacer la tarea que teníamos que hacer.

Estamos en mora de abrir un debate nacional con altura de miras y sentido de país. Este es un problema estructural, no es un asunto de coyuntura. Qué le vamos a ofrecer a la juventud, ¿represión, cárcel o exilio? La cuestión no da espera. Tenemos que ser imaginativos y salirnos de la ortodoxia, pensar por fuera de la caja. Nos estamos empobreciendo de manera acelerada. Los hogares están perdiendo capacidad de compra, y aún así seguimos diciendo que el salario mínimo es “desastrosamente” alto. España, un país de renta media dentro de la Unión Europea, tiene un salario mínimo de 3 millones setecientos mil pesos, y Alemania 5 millones setecientos mil, para no hablar de Luxemburgo, que pasa de los siete millones. ¿Vamos a esperar el mate?

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