La marcha de Aída

Guillermo Pérez Flórez

La realidad de nuestro país ha hecho que perdamos la capacidad de asombrarnos, y creo que también la de indignarnos. Quizás por ello lo único que podemos hacer es reírnos de nuestras propias desgracias, como lo comprueba el alud de ‘memes’ hechos a raíz de la fuga de la exsenadora y ahora expresidiaria, Aída Merlano. Son tantas y tantas las cosas que pasan en el país del Sagrado Corazón que ya nada nos asombra, y casi que, repito, ni nos indigna.

No voy a hablar del ‘oso peludo’ que hiciera el presidente en la Asamblea 74 de la ONU, porque eso ya es historia. La película de esta semana la protagonizó la exsenadora de marras, y tuvo como extras mudos a la ministra de Justicia y al director del nunca bien ponderado Inpec, institución que históricamente ha probado que no existe nada que el dinero no pueda comprar. El montaje de la fuga fue tan burdo que lo único que se puede hacer es eso, reír. La prófuga Merlano es la pieza central de un complejo entramado de corrupción política que existe en el Atlántico, asociado a las principales casas electorales de ese departamento. Ella es una joven mujer que sus padrinos hicieron a su imagen y semejanza, un instrumento casi erótico – o mejor -, pornográfico, de la manera en que se hace la política en la Costa y en muchas otras regiones. Más que una foto, es una radiografía del régimen descompuesto que gobierna a Colombia, el cual muy pocas personas quieren cambiar.

La corrupción del Inpec es un secreto a voces. Es un espejo en el cual podría mirarse el país todo, es clasista como la sociedad colombiana, en sus cárceles los estratos funcionan a la perfección, hay presos de primera y de sexta categoría. En ellas se puede vivir como un mendigo o como un rey, todo depende del tamaño de la billetera y de la capacidad de influencia política que tenga el procesado. Es un para-estado intocable, que ningún gobierno se ha atrevido a reformar. Y todo parece indicar que el actual, por supuesto, no va a ser la excepción.

El caso de Aída Merlano no nos dice nada nuevo, es solo uno más dentro de la picaresca criolla, que retrata de cuerpo entero la política penitenciaria. Imagínense ustedes, el día de la “fuga”, a la misma hora, la senadora tenía una cita en la Fiscalía. Sin embargo, el Inpec le autorizó una visita a un odontólogo esteticista, para una corrección de sonrisa. ¡Qué mordaz! Realismo mágico en estado puro. Pero visiten ustedes a los presos del estrato cero, para que entiendan qué significa la palabra hacinamiento y la violación sistemática de los más elementales derechos humanos. Cárceles que no resistirían la más mínima inspección en esta materia, y que, además, son verdaderas universidades del crimen, en donde se aprende a refinar métodos para delinquir, como lo demuestra el que un alto porcentaje de las extorsiones se hacen desde los centros penitenciarios.

Aída no se fugó, sencillamente se marchó. Muy conveniente sí era.

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