Presidente, escuche la calle

Guillermo Pérez Flórez

En 1989 Colombia vivió una de sus peores pesadillas, las matanzas se producían de manera inmisericorde. Basta con recordar la tragedia del avión de Avianca que los narcotraficantes hicieron estallar en pleno vuelo, dejando un saldo de 110 víctimas mortales, o el asesinato de Galán y de otros líderes. Entonces, un grupo de estudiantes se echó a las calles y puso en marcha el movimiento de la séptima papeleta en las elecciones de marzo de 1990, activando un proceso que desembocó en la convocatoria de una Asamblea Constituyente y en la expedición de una nueva Carta.

En otras palabras, la sociedad civil decidió interpelar a la sociedad política, ante la incapacidad de esta para dar respuestas a la crisis. El pueblo retomó la palabra y encaró la situación, fue uno de los procesos más intensos, dinámicos y vigorosos de nuestra historia, pues se inauguró, de facto, la democracia participativa. 

La Constituyente entendió el clamor colectivo, revalidó la elección popular de alcaldes y la amplió a los gobernadores, y consagró novedosos mecanismos de participación ciudadana y de protección de derechos fundamentales. Todo esto proyectó la ilusión colectiva de que había un nuevo país en gestación. Sin embargo, las fuerzas más retardatarias de la sociedad, las más refractarias al cambio, rápidamente reaccionaron y pusieron en marcha un plan para evitar que ese nuevo país naciera. 

Desarrollaron leyes restrictivas del espíritu constitucional, hicieron contrarreformas y expidieron sentencias regresivas. Figuras como la autonomía territorial quedaron convertidas en letra muerta. Peor aún, se re-centralizó el país. Una alianza de élites políticas nacionales y regionales hicieron de la corrupción y la politiquería la clave de la gobernabilidad. 

Treinta años después, la sociedad civil liderada nuevamente por los jóvenes, ha sentido la urgencia irrefrenable de volver a interpelar a la sociedad política. Los problemas no dan cuartel. Las esperanzas de paz parecen diluirse, la violencia rebrota, la informalidad económica y la precariedad laboral azotan, millones de jóvenes se sienten frustrados por una realidad económica y social globalizadora que vuelve poesía la promesa de los derechos fundamentales consagrada en la carta política, mientras la desigualdad económica aumenta de manera vergonzosa como ofensiva. 

Lo que comenzó el pasado 21 de noviembre, no es otra cosa que eso, una interpelación de la sociedad civil. No hay que rebuscar teorías conspirativas ni responsabilizar a dirigentes de lo que está sucediendo. Vastos sectores ciudadanos sienten hartazgo de ver cómo la politiquería ha capturado el poder y secuestrado la política, que en una democracia participativa pertenece esencialmente a los ciudadanos. 

Presidente Duque, escuche la calle. Oiga a los millones de jóvenes, de trabajadores, de campesinos, de indígenas y de pequeños empresarios que quieren un país mejor. Márquele fronteras y distancias al sector más ultraconservador de su partido, instalado en una indolente actitud negacionista. Son ellos quienes quieren derrocarlo o mantenerlo débil para limitar su autonomía. El diálogo que reclaman los ciudadanos en las calles es un diálogo abierto y sin exclusiones, para que ese nuevo país pueda crecer y darle un mejor rostro a Colombia.  Escuchemos a la gente, antes de que sea demasiado tarde. Abracemos el cambio. 

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