El principio quebrantado

César Picón

Las profundas y aceleradas transformaciones observadas en el planeta durante las últimas décadas han presionado la aparición de nuevos conceptos que intentan, de una u otra forma, generar una nueva comprensión de la interacción entre los seres humanos y la naturaleza, y las formas como estos se impactan y adaptan entre sí.

La resiliencia es quizá la noción que más ha logrado adquirir importancia en la sociedad. Este concepto, que explica la capacidad de cualquier sistema para hacer frente a los cambios y continuar su desarrollo, busca generar un mayor conocimiento para encontrar maneras de lidiar con crisis y eventos inesperados, así como para identificar formas de continuar el crecimiento y bienestar de la humanidad sin trasgredir los limites planetarios.

De acuerdo con el Centro de Resiliencia de Estocolmo, el pensamiento de resiliencia se sustenta en siete principios fundamentales para aumentar esa capacidad en los sistemas socio-ecológicos. Paradójicamente, en lugar de avanzar en su cumplimiento, la evidencia demuestra que al menos uno de ellos ya ha sido impunemente quebrantado: el de mantener la diversidad y la abundancia de especies.

Según el informe ‘Perspectiva Mundial sobre la Diversidad Biológica 4’, los esfuerzos de los gobiernos por cumplir con las metas acordadas en 2010, y que tenían como propósito detener la contaminación, la sobrepesca, la pérdida de hábitats y la vida silvestre, han fallado rotundamente: continúa aumentando la deforestación en muchas zonas tropicales del mundo; se ha mantenido la fragmentación y degradación de todo tipo de hábitats, tales como humedales, praderas y cuencas fluviales; la pesca exagerada sigue siendo un problema sustancial, al aumentar cada vez más el número de poblaciones de peces sobreexplotadas, agotadas o colapsadas, y al mantenerse prácticas pesqueras inadecuadas que causan daños irreparables en hábitats e incluso en especies que no son el objetivo de la pesca; las prácticas insostenibles en la agricultura, la acuicultura y la silvicultura siguen generando profunda degradación ambiental y dramática pérdida de diversidad biológica; la contaminación por nutrientes y la producida por ciertas sustancias químicas, plaguicidas y plásticos, proyecta un aumento en algunas regiones del mundo y sigue siendo amenaza para la diversidad biológica tanto acuática como terrestre; y el manejo inadecuado de muchas áreas protegidas sigue siendo recurrente, por lo que el riesgo de extinción para aves, mamíferos y anfibios sigue aumentando.

Los preocupantes resultados del informe coinciden con los presentados en el ‘Environmental Performance Index (2014)’, en que se pudo establecer, con base en las metas trazadas en la Alianza para la Cero Extinción, que solamente el 13 % de los países había alcanzado el objetivo de áreas terrestres protegidas, el 25 % logró la protección de hábitats críticos, y un escaso 7 % alcanzó el objetivo propuesto de áreas marinas protegidas.

Y si en el orden global la situación es preocupante, en Colombia lo es aun más: actualmente hay 149 especies en peligro crítico de extinción, incluyendo aves, mamíferos, anfibios, frailejones y especies maderables, entre otras. 384 especies están en peligro, principalmente bromelias y pasifloras, palmas, árboles, reptiles y aves. Y al menos otras 570 especies de flora y fauna pasan por un alto grado de vulnerabilidad.

Aunque cabe la discusión sobre el grado de cumplimiento de los demás principios de la resiliencia, por ahora queda claro que Colombia y el mundo avanzan por el camino equivocado. El cambio ambiental global seguirá presionando la reacción de la humanidad. Es nuestra decisión mantenernos frágiles o aumentar nuestra capacidad para seguir vivos en el planeta.

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