El derecho a morir dignamente

Eduardo Pilonieta Pinilla

Nosotros también deseamos que nuestra vida, “… libre de dolor, de indignidad …”, culmine en nuestra casa, es decir, que desde ya nos abrogamos el derecho de definir cuándo, dónde y cómo debe terminar, rechazando la tesis de aceptar el sufrimiento como una forma preparatoria para un más allá incierto y cuya existencia es más un criterio ideológico que una verdad comprobada. Muchas veces oímos que había que aceptar el sufrimiento como una forma de expiar nuestros pecados; solo que el problema empezó cuando entendimos qué era el pecado, quién lo definía y cómo se purgaba y se complicó una vez más cuando pudimos comenzar a dudar de la existencia de un más allá.

Nunca entendimos la expiación de unas supuestas culpas para alcanzar el cielo mediante el sufrimiento en la Tierra, y mucho menos comprendimos los sofismas que establecían que el dolor físico era parte de la expiación y, por lo tanto, la resignación era un presupuesto esencial para lograr ir a un cielo que terminó siendo una fantasía.

Hoy tenemos claro que somos nosotros quienes tenemos el derecho a disponer de nuestra existencia y por tanto debemos cuidarla, desarrollarla lo mejor que podamos, reproducirla si ese es un deseo personal y, al final de los tiempos, definir cuándo llega el momento de abandonarla con la dignidad que da la posibilidad de determinar la manera de hacerlo.

Carece de todo sentido humano y social mantener a una persona viva de forma artificial, excepto si lo pensamos en términos económicos y también el hacerla sufrir esperando a que los estragos de una enfermedad incurable acaben con ella. No sé cuántas muertes hemos conocido así, incluso muy cercanas a nosotros, llegando hasta a pedir a la naturaleza que por fin acabe esos sufrimientos absolutamente innecesarios.

Nuestra familia sabe y lo ratificamos, que no queremos una vida artificial sostenida y que nos reservamos el derecho de elegir cuándo, dónde y cómo nos vamos a ir, lo que no quiere decir que no haya valido la pena y mucho, haber vivido.

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