¿De dónde agarrarse?

Polidoro Villa Hernández

En este rosario de jornadas surrealistas, cuando rumiamos la culpa que nos corresponde por devastar este planeta azul, sobra tiempo para leer notas que turban: Ilustrada con fotos, se difundió que en la costa estaba en venta “iglesia cristiana con más de 500 miembros (…) excelente rentabilidad. En menos de 2 años recuperará su inversión.” No era cierto.
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Es que desconcierta a quienes crecimos dentro de los rigurosos mandatos de una tradicional religión, observar la acelerada mercantilización de la espiritualidad. Secularmente, las religiones han vendido intangibles: paraísos, cielos, castigos infernales; un nirvana llena de doncellas -tan escasas hoy-; o la promesa de otra vida excelsa ¡si somos sumisos corderos en esta! Pero eso de vender aprisco y ovejas a precio de quema, no se había oído en Colombia.

Algo ocurre. En Europa centenares de iglesias están en venta. Baratas. Los desatinos de muchos Mensajeros de La Palabra, y los manidos sermones y amonestaciones a gente informada y escéptica, debilita la fe y aleja fieles; la plata escasea para los diezmos y, así, los sagrados recintos terminan en centros de patinaje, escuelas de circo, tiendas de ropa femenina, restaurantes, supermercados, bares. Hasta compraron una iglesia para instalar una mezquita.

En estos infaustos tiempos, debería causarnos aflicción la crisis que afecta a diversas religiones, que aún modelan la esperanza y fijan derrotero a millones de creyentes. Seguro que sus sabios inspiradores o creadores, no pensaron que siglos después sus doctrinas y preceptos terminarían contaminados por la codicia, los abusos, el poder, y la política maligna, o que los tergiversarían y serían excusa para armar ‘guerras santas’ fratricidas.

Si los Mensajeros sólo se hubieran dedicado a enseñar con ejemplo, humildad y altruismo la Regla de Oro en que Platón y Confucio coincidieron: “Que me sea dado hacer a los otros lo que yo quisiera que me hicieran a mí”, el mundo sería mejor. Los jóvenes que inquieren por el tema a los mayores, no comprenden el dogmatismo de servicios y cultos, que en lugar de inculcar en ellos los valores incuestionables de las obras de misericordia –que tan urgente hoy es practicar-, lo que hacen es recalcarles que son culpables de crímenes que no cometieron, que deben expiar desde que nacen hasta que mueren.

El ser humano es frágil y necesita asirse a algún salvavidas espiritual en este río cada vez más cenagoso de la vida. Así, proliferan iglesias de garaje, y expolíticos metidos a ‘líderes religiosos’, que con malévola inteligencia y sofisticada organización empresarial, explotan la credulidad de gente buena, domestican sus mentes y les timan recursos cuyo destino internacionaliza su ‘iglesia’: Miami o Suiza. ¿Quién, sin esquilmarnos tanto, nos conducirá a potenciar ese Dios interno que todos llevamos dentro; a buscar la eco-espiritualidad; a usar la espiritualidad como eficaz cura de enfermedades del cuerpo y del alma?

POLIDORO VILLA HERNÁNDEZ

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