¡Y siguen vigentes!

Polidoro Villa Hernández

Apena que la plata no pueda comprar tiempo extra de vida. Algo dejó el feo cuatrienio del elefante en la sala, es la Ley 271 de 1996 que determinó celebrar el “Día Nacional de las Personas de la Tercera Edad y del Pensionado” el último domingo de agosto. Conmina la norma a gobernantes regionales a homenajear y condecorar a ancianos insignes, especie hoy en vías de extinción. Seguro, habrá festejos in artículo mortis. Ojalá, si se postergan los homenajes, no imiten lo hecho hace años en un pueblo costeño: rifaron raquetas de tenis y organizaron concurso de carreras de encostalados.
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Es evidente la preocupación de demógrafos, sociólogos y ministros de finanzas por el envejecimiento mundial de la población. Su ansiedad no la motiva el carecer de sitio adecuado para preservar tanta sabiduría acumulada –que al final, será cenizas-, sino por las presiones fiscales, políticas y sociales que traerá el no disponer de plata suficiente para pensiones, asistencia sanitaria y protección para tanto viejito cascarrabias. La situación puede tornarse tan trágica, que escaseará el dinero para ‘mermelada’, peculados, torcidos, contratos inflados y transferencias a paraísos fiscales.

Pero el aporte de la tercera edad sigue vigente: En las actuales circunstancias, es frecuente saber que hay muchos abuelos que costean la educación de sus nietos y auxilian generosos los hogares de sus hijos doctorados que no tienen trabajo. Es una loable realidad sin estadísticas. Hay también, claro, una multitud de ancianos sin recursos a los cuáles les va a ser más fácil llegar al cielo que alcanzar una pensión, o la vacuna. Y el virus como que los detecta.

 La vida es de paradojas: mientras que se multiplican los ancianos -lo que hace temer que pronto haya más abuelos que nietos-, las tasas de fecundidad están por debajo del nivel de reemplazo que se requiere para que nuevos jóvenes trabajadores coticen lo que se requiere para sufragar las futuras pensiones. Pero hay longevos increíbles que aportan soluciones: En la India, y no es ficción, M. Yaramati y su inquieto esposo S. Rajarao, tuvieron gemelas, por cesárea. Ella, primeriza, tiene 73 añitos; él, 82. Y no se le puede echar la culpa al vecino que tiene 97 primaveras.

Y qué decir de los colombianos viejos, vigorosos, ingeniosos y activos hasta el final: En Barranquilla a Camyl Daza, 81 años, seductor empedernido, dos cirugías de columna, lo sorprendió su médico en la calle sostenido por dos morenas macizas. El cirujano sonrió y le preguntó cómo seguía. “Respetando sus instrucciones, doctor”, le respondió el convaleciente. “Pero Camyl, -objetó el doctor-, ¡le dije que consiguiera dos muletas… no dos mulatas!”

A nuestros venerables viejos –a quienes todo se les hace caro-, no se les puede poner la etiqueta de fósiles o seniles, o imaginarlos siempre tristes o enfermos, porque como anotara Pablo Picasso: “Uno empieza a ser joven a la edad de sesenta años”.

POLIDORO VILLA

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