“Quiero ser Policía…”

Polidoro Villa Hernández

“Cuando sea grande, mamá…”. La generación que hoy recorre las postreras millas para terminar entregando su alma a dios -o al diablo, si ha militado en inicuas camarillas políticas-, recordará que los niños de su época elegían la figura del policía como arquetipo de su vida de adultos. Era una imagen admirada, más respetada que temida. Hasta refrigerio le sacaban las muchachas por la ventana, cuando no eran ellas las que se descolgaban para fugarse con el galán uniformado. ¡Época de la luz Laserna!
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Hoy, llueve sobre la imprescindible institución policial un exceso morboso de imputaciones criminales, descalificaciones, improperios y amenazas, por el exceso de fuerza de algunos policías que causó lamentable pérdida de vidas en una captura y, presuntamente, en enfrentamientos con participantes de marchas pacíficas que encapuchados intoxicados por fallidas ideologías mal digeridas o cegados por ira irracional vuelven destructivas.

Ahora, claman una urgente reorganización del cuerpo policial, que por cierto debe sentirse hoy anímicamente inerme. Ojalá existiera ciencia avanzada, no sólo para modificar el genoma agresivo de algunos policías violentos, sino también el del resto de la comunidad que en su gran mayoría reclama alevosa sus derechos y olvida sus deberes ciudadanos. ¡Usted no sabe quién soy yo!

Muchas voces generalizan que en la policía hay manzanas podridas. Seguro sí. Es que si las instituciones de un Estado son fiel reflejo del medio y de la cultura en que actúan, y cada semana sufrimos vergüenza universal por la corrupción que se descubre -desde el ápice hasta la base de la pirámide social colombiana- es innegable que aquí la sal se corrompe.

Algunos optimistas opinan que los policías no deben llevar armas, como en Suiza o Inglaterra. Pero cuando se ve a un fanático encapuchado enarbolar una bomba Molotov encendida, y frente a él unos miembros de la fuerza pública expectantes, se sabe que esta profesión no la desea nadie para sus hijos. Somos un país violento y por eso existen normas poco celestiales para apaciguarlo: “… Son armas de guerra y por tanto de uso privativo de la Fuerza Pública, aquellas utilizadas con el objeto de… asegurar la convivencia pacífica, el ejercicio de los derechos y libertades públicas, el orden constitucional y el mantenimiento y restablecimiento del orden público…” . Aflictiva paradoja: ¡Armas para convivir pacíficamente! Ojalá nuestros políticos se hubieran esforzado más en modelar una Colombia más justa y tranquila.

¿A quién llaman cuando un peligro amenaza? ¿Quién llega a desarmar a dos drogadictos que pelean a machete? ¿A quién acuden para evitar un suicidio? ¿Quién desmonta bombas? ¡La Policía! Y, con frecuencia, la reciben con abucheos, escupitajos, madrazos. Puro instinto violento. A veces sobran: Como cuando intervienen en riñas maritales donde un hombre borracho golpea a la mujer, solo para que esta los pare en seco: “Agentes, no se metan, él me puede pegar cuanto quiera. ¡Es mi marido!”

POLIDORO VILLA

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