Mal ejemplo

Polidoro Villa Hernández

¿Invitaría usted a su hogar, juicioso lector, a un tipo altanero a quién coterráneos y algún adjunto le endilgaran con justicia los siguientes “atributos”: fanfarrón, ignorante, racista, mentiroso, xenófobo, machista, evasor de impuestos, ‘matón de colegio’, líder tóxico, ególatra enfermizo, arrogante, obsceno, caprichoso, explosivo, ordinario, avaricioso, vulgar, tramposo, populista, farsante, egoísta, bribón, ¡infiel!, timador, racista, ‘enriquecedor de ricos’, estafador, destructor del civismo nacional, retórico de violencia... etc. Y que, además, se refiera a países pobres como ‘Agujeros de m...’? En suma, al decir de las abuelas: “Más dañino que mico en un pesebre.”
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Pues si usted, que no es ignaro político, con razón no lo invita, en un gran país del norte alrededor del cual gravitamos hace centurias, que cuando suspira nos causa ahogo, hay más de 71 millones de personas que gustosas colgarían un cuadro del figurón en su ‘living room’, implorándole que haga crecer el Producto Interno Bruto, indicador del Kamasutra económico que no modifica la inequidad en el mundo.

Hace años, un intuitivo analista social realizó un ejercicio intelectual para determinar en muestreo aleatorio si gobernantes de países y presidentes de grandes corporaciones sumaban la mejor opción como líderes y seres humanos. El resultado, después de armar perfiles sicológicos y examinar personalidad, aptitud y éxitos de su gestión, fue que abundaba la mediocridad y algunos, con muchos lauros académicos, no tenían la capacidad de inspirar una visión compartida, o carecían de valores y creaban conflictos sociales o empresariales. Otros, eran locos de atar que parecían cuerdos. Se equivocaron quienes los eligieron.

Por estas latitudes, no se necesitan estudios para concluir que desde hace 210 años la prestidigitación política nos hace elegir mal, casi siempre, a dirigentes de variopintas ‘ideologías’ que poco interés tienen de liderar un cambio, y sí son proclives a inflar su ego, y acumular poder y riquezas. Y, claro, aquí también se oye como el pueblo apalea verbalmente a gobernantes por crear las graves situaciones que lo afectan, pero los adjetivos peyorativos no son tan rigurosos como los de arriba, y se limitan a las palabrotas que se escuchan en cualquier clásico de fútbol entre Nacional y América.

Con el calentamiento global en aumento, la pandemia instalada como huésped perenne, la democracia infectada de corrupción, la política sin credibilidad, las religiones usadas como fuente de lucro, las monarquías agónicas por faranduleras y manirrotas, y la pobreza e inseguridad expandidas, solo hay que recordarles a gobernantes y líderes que surgen con ínfulas de dioses del Olimpo, codicia insaciable e inclinaciones autoritarias, lo expresado hace tiempos por un ilustrado alemán: “Cuando los que gobiernan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”. Y eso le pasó al lenguaraz ‘gobernante’ que nunca usted invitaría a su casa.

POLIDORO VILLA HERNÁNDEZ

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