Abatiendo estatuas

En estas insólitas jornadas, cuando la arrogancia del elemento humano pierde altivez y la codicia lentifica su apetito, se palpa la impotencia de los terrícolas para afrontar sucesos inéditos y se tiende a reflexionar, a la brava, para preguntarse si el adquirir conocimientos para abusar del prójimo; acumular bienes y dinero en exceso, ansiar poder para manipular y conspirar; idolatrar el consumismo; ser insensibles a las injusticias que generan pobreza y marginalidad; y cultivar fútiles ansias de figurar y eternizarse, son ‘virtudes’ que heredaremos a hijos y nietos para que vivan en paz. Si ese es el legado, serán aniquilados por conflictos, polución y pestes.

La criptocracia: ¿un mito?

“Creced y multiplicaos”. Esta gozona convocatoria que parecía urgir la colonización de la galaxia entera se practicó a galope tendido, y hoy, con 7.800 millones de estómagos gruñendo, nuestro sobreexplotado, enfermo y caliente planeta llega al límite para llenarlos.

La criptocracia: ¿un mito?

“Creced y multiplicaos”. Esta gozona convocatoria que parecía urgir la colonización de la galaxia entera se practicó a galope tendido, y hoy, con 7.800 millones de estómagos gruñendo, nuestro sobreexplotado, enfermo y caliente planeta llega al límite para llenarlos.

De videntes y presagios

Cerrado El Patriarca, billar y grato mentidero donde se ventilan más vitales proyectos que en una corporación pública, se evocan las ideas y pronósticos de sus asiduos veteranos.

¿De dónde agarrarse?

En este rosario de jornadas surrealistas, cuando rumiamos la culpa que nos corresponde por devastar este planeta azul, sobra tiempo para leer notas que turban: Ilustrada con fotos, se difundió que en la costa estaba en venta “iglesia cristiana con más de 500 miembros (…) excelente rentabilidad. En menos de 2 años recuperará su inversión.” No era cierto.

Arduos anhelos

Laudable el universal deseo que de esta ominosa experiencia -que mostró lo frágil del ser humano-, surja un renovado homo sapiens y, con él, una nueva sociedad que reverencie a la Naturaleza como centro integrador de las acciones del hombre.

Tiempo de buitres

Asquean las noticias de denuncias y alertas sobre el temor de que las ayudas alimentarias dispuestas por el Gobierno Nacional y las autoridades regionales, para auxiliar a miles de familias confinadas obligatoriamente -cuyo sustento diario provenía del hoy proscrito trabajo informal, o del jornal-, entren a la perversa confabulación que desalmados politiqueros, coludidos con pícaros intermediarios, se ingenian siempre para manipular precios, calidades, y minimizar lo que se entrega. Satisfacen así su codicia con la desdicha ajena.

“A mal tiempo…”

“Buena cara”, reza el popular adagio. Obviemos la charla fatalista de la ponzoña que nos daña -sobre la cual hoy pontifica cualquier ‘infectólogo’ vendedor ambulante de tapabocas- y usemos como antídoto la actitud de quienes doman sus miedos con gracia y fe. Además, este traspié global no arruinará a los opulentos de la lista Forbes, ni mitigará el hambre de los famélicos de Burundi.

Al rayar el día

Quienes han estado clínicamente muertos y recuerdan que solo alcanzaron a llegar a la entrada del beatífico túnel que lleva a celestial paraíso, refieren que toda su existencia pasó en detalle por su mente, en un instante. Cosa rara, pocos revelan por qué los devolvieron; los politiqueros, nunca. Seguro que malas acciones y omisiones cuentan para no merecer el tiquete que lleva a las almas justas a una eternidad sin cuatro por mil, elecciones amañadas, virus, especuladores, ni intereses de mora de tarjetas de crédito.

Llegarán días felices

Esta global aflicción -que el morbo mediático atiza como catastrófico final-, tiene una sugestiva faceta. La gente hace compras de pánico: exceso de desinfectantes, rollos de papel, y tapabocas revendidos y olvida aprovisionarse para el largo encierro, de protectores más sensuales y menos contaminantes que, además, evitarían crear más desempleados.