¿Seremos siempre lo mismo ante los ojos del mundo?

La situación que ahora vivimos es positiva y favorable, pero pareciera serlo tan sólo de forma transitoria. En esta medida, la política de gobierno y la visión estatal deberían ser mucho más fuertes, explícitas y radicales.

El balance actual de Colombia es positivo. El país goza de estabilidad macroeconómica y un favorable desempeño de las variables externas gracias a: i) el auge del sector minero-energético, ii) la alta cotización internacional de las materias primas, traducida en una importante valorización de las exportaciones, y iii) el incremento de la inversión extranjera, principalmente al sector minero-energético.

De este modo, la favorable dotación de recursos naturales que posee el país no ha parado de brindar beneficios desde la época colonial, y sigue marcando la participación nacional en el mercado mundial de comercio e inversiones. No obstante, la dinámica descrita nos preocupa por cuanto nos hace dependientes de pocos productos y pocos mercados en un ciclo externo de cotización y demanda de productos básicos caracterizado por la alta volatilidad.


En este momento, algunos expertos no dudan en proyectar un precio del petróleo menor a US$100 por barril para el próximo año, resultante de la crisis de deuda y la incertidumbre sobre el futuro del euro en Europa, y la menor perspectiva de crecimiento de China. Este tipo de expectativas no dejan de alertar a Colombia y de reafirmar que aún se necesita algo más que recursos naturales para generar crecimiento sostenible y desarrollo.


La situación que ahora vivimos es positiva y favorable, pero pareciera serlo tan sólo de forma transitoria. En esta medida, la política de gobierno y la visión estatal deberían ser mucho más fuertes, explícitas y radicales en la idea de alcanzar una verdadera transformación productiva mediante cadenas de desarrollo manufacturero que aprovechen el boom internacional de nuestros recursos naturales.


Más allá de la cotización de los bienes a escala internacional, el tema de la inversión es realmente sustancial, pues es el instrumento que mueve el aparato productivo en determinada dirección según las expectativas de rendimiento futuro que tienen los agentes económicos. En el caso colombiano, la inversión extranjera se dirige en un 80 por ciento hacia el sector minero-energético, y ello brinda una idea sobre la apuesta que están haciendo los inversionistas internacionales por nuestro modelo de desarrollo y las perspectivas que tenemos a futuro.


Parece que desde afuera nos siguen viendo como un país que brinda oportunidades sólo en términos de producción y exportación de productos primarios, lo que contrasta radicalmente con lo que sucedió en los países emergentes. Allí, los capitales extranjeros entraron a apoyar un proceso de transformación productiva, basado en innovación, transferencia tecnológica y capacitación del recurso humano, lo que terminó por convertir la globalización en un aspecto muy benéfico para su desarrollo (aprovechamiento de la globalización del conocimiento).


Así las cosas, sería deseable que el país emprendiera un cambio para potenciar a aquellos sectores donde puede haber alto valor agregado, brindando incentivos, información y señales que le brinden mayor protagonismo a la inversión extranjera (como instrumento clave para el desarrollo) y diversifiquen los destinos sectoriales de la misma.


En la medida en que Colombia no asuma seriamente las cadenas y sectores estratégicos para la competitividad nacional y el crecimiento del empleo, seguirá siendo siempre lo mismo ante los ojos del mundo y su futura agenda de integración comercial dependerá de unos socios que, básicamente, buscan un acceso más fácil a nuestros recursos naturales. Realmente, sin un aparato industrial fuerte, infraestructura, conocimientos amplios y diversos y la voluntad de desarrollar un recurso humano calificado con altos niveles de productividad, Colombia no podrá potenciar sus ventajas agrícolas, minero-energéticas y de biodiversidad fundamentales para alcanzar la anhelada paz.

Credito
MARTHA LUCÍA RAMÍREZ

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