Lectura del santo evangelio según san Marcos 12,18-27

Jhon Jaime Ramírez Feria

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, de los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano.” Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último, murió la mujer. Cuando llegue la resurrección y vuelvan a la vida, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella».

Jesús les respondió: «Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios. Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán; serán como ángeles del cielo. Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: “Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”? No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados».

Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.

Meditación:

El Evangelio presenta el encuentro de Jesús con los saduceos, que aunque era un grupo minoritario del judaísmo, entre ellos se encontraban los personajes más ricos y poderosos de la nación; normalmente colaboraban con el Imperio Romano, lo que les permitía conservar sus comodidades y privilegios. Sólo admitían la autoridad del Pentateuco (los cinco primeros libros de la Biblia); negaban la existencia de los ángeles, la resurrección y la vida eterna.

Hoy es posible encontrar las actitudes de los saduceos en aquellos que quieren eliminar del cristianismo todo lo sobrenatural, reduciendo la experiencia de fe a algunos criterios morales y a lo que se pueda comprobar por los sentidos y las emociones. Desde estos criterios la fe no se hace experiencia vital con el Resucitado que sale al encuentro del hombre y colma el deseo de eternidad.

Jesús escucha con respeto y atención a los saduceos, sabiendo que preguntan, no porque estén dispuestos a creer, sino porque encuentran una oportunidad de mostrar su “superioridad intelectual” y burlar a Jesús que en diversas ocasiones había hablado de la resurrección (Mt 27, 62-63; Jn 5,28-29).

La respuesta de Jesús es clara; ellos están equivocados porque no entienden la Escritura aún leyéndola y hasta teniéndola como referencia. También hoy se constatan diversas actitudes erróneas en torno a la Palabra de Dios: desde el querer negarle su carácter sagrado hasta el uso fundamentalista que suscita división y corrompe la sana doctrina. San Pedro en sus cartas indica que se levantarán falsos maestros que encubiertamente introducirán herejías destructoras, negando incluso al Señor que los compró (2,1); también que se debe tener presente que “ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios. (2, 20-21).

El encuentro con los saduceos se convierte en una ocasión para hacer un anuncio claro de la fe en la Resurrección. Jesús afirmó que hay resurrección de los muertos. Su propia resurrección es la mayor de todas las garantías (Jn. 11, 25). Si Cristo no hubiera resucitado, si no se cree de veras en la resurrección, de nada valdría su encarnación, nacimiento, vida y muerte. Así lo afirma san Pablo: “Si Cristo no está resucitado, y si nosotros no resucitamos, nuestra fe no tiene sentido, nuestra predicación es inútil…, y nuestros pecados no han sido perdonados” (1 Cor. 15, 14-16).

Arquidiócesis de Ibagué

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