Lectura del santo evangelio según San Mateo (5, 27-32)

Jhon Jaime Ramírez Feria

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído el mandamiento “no cometerás adulterio”. Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.

Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno.

Está mandado: “El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio”. Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio».

Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.

Meditación

En el evangelio de ayer Jesús hizo una relectura del mandamiento “No matarás”; hoy, lo hace con el mandamiento “No cometer adulterio”. El es el Maestro que lleva a la plenitud; por esto, retoma y defiende los grandes valores de la vida humana que están por detrás de cada uno de los 10 Mandamientos. Insiste en el amor, en la fidelidad, en la misericordia, en la justicia y en la verdad, en la humanidad. Con su enseñanza Jesús va confirmando lo que pasa en el ser humano cuando deja que Dios ocupe el centro de su vida.

La mirada cercana de Jesús a la relación hombre y mujer en el matrimonio le permite que pueda proclamar el evangelio de la familia. “Jesús, que reconcilió cada cosa en sí misma, volvió a llevar el matrimonio y la familia a su forma original (cf. Mc 10,1-12). La familia y el matrimonio fueron redimidos por Cristo (cf. Ef 5,21-32), restaurados a imagen de la Santísima Trinidad, misterio del que brota todo amor verdadero. La alianza esponsal, inaugurada en la creación y revelada en la historia de la salvación, recibe la plena revelación de su significado en Cristo y en su Iglesia. De Cristo, mediante la Iglesia, el matrimonio y la familia reciben la gracia necesaria para testimoniar el amor de Dios y vivir la vida de comunión. El Evangelio de la familia atraviesa la historia del mundo, desde la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26-27) hasta el cumplimiento del misterio de la Alianza en Cristo al final de los siglos con las bodas del Cordero (cf. Ap 19,9)”. (Amoris Laetitia 63)

¿Qué pide este mandamiento? La fidelidad mutua entre el hombre y la mujer que asumen vivir juntos en el matrimonio, se debe saber mantener hasta en el pensamiento y en el deseo y así alimentar una entrega total entre sí. San Pablo afirma la dignidad del matrimonio con estas palabras: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia. En todo caso, en cuanto a vosotros, que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido” (Efesios 5, 23-33).

Jesús insiste en la radicalidad y la seriedad en la observancia de este mandamiento. Es necesaria la vigilancia para conservar el propósito de unidad en la familia; Dios que ha creado al hombre y a la mujer por amor, los ha llamado también al amor. Por esta razón, “Amar es no albergar más que un solo pensamiento, vivir para la persona amada, no pertenecerse, estar sometido venturosa y libremente, con el alma y el corazón, a una voluntad ajena... y a la vez propia. Nunca te habías sentido más absolutamente libre que ahora, que tu libertad está tejida de amor y de desprendimiento, de seguridad y de inseguridad: porque nada fías de ti y todo de Dios. (San Josemaría Escrivá de Balaguer).

Arquidiócesis de Ibagué

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