Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 7, 24-30

Jhon Jaime Ramírez Feria

En aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro. Se alojó en una casa procurando pasar desapercibido, pero no lo consiguió; una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró enseguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era pagana, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija. Él le dijo: Deja que coman primero los hijos. No está bien echarles a los perros el pan de los hijos. Pero ella replicó: Tienes razón, Señor; pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños. Él le contestó: Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija. Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.

Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.

 

Meditación

Jesús atiende a una mujer extranjera que, después de insistir sin desfallecer, consiguió lo que buscaba: la curación de su hija. Con este encuentro, él trata de cambiar la mentalidad de sus discípulos liberándolos de los prejuicios que les impedían experimentar la cercanía de Dios en la vida.

Jesús sale de su territorio, va a pueblos paganos, se encuentra con personas cuyo contacto, según “Tradición de los Antiguos”, era causa de impureza. La gente sabe su modo de obrar y lo busca. La primera respuesta de Jesús, fiel a las normas de su religión es una comparación sacada de la vida familiar: ninguna madre saca el pan de la boca de los hijos para darlo a los cachorros. Ante esto, la reacción de la mujer fue extraordinaria, confesando que en la casa de Jesús -La Iglesia- hay pan para todos. La fe de la mujer conmueve a Jesús: “¡Grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!” (Mt 15,28). La mujer fenicia confirma la novedad del proyecto de Dios que Jesús anuncia y que, después de su resurrección envía a sus discípulos: ”Id por el mundo, proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15).

Aprendamos de aquella madre desesperada que frente a la vulnerabilidad y el sufrimiento de su hija, lo hace todo; es el amor entrañable que no se rinde, que busca y vence prejuicios y “vergüenzas”; una mujer que hace crecer la esperanza y se deja sostener por su fe hasta lograr el milagro deseado. Su hija queda curada y ella se encuentra con el Dios viviente que es misericordia.

Releer este pasaje del Evangelio nos puede ayudar a realizar un doble recorrido; en primer lugar, el camino de la Mujer fenicia que movida por el amor no se vence ante la desesperanza, el agobio y la frustración porque el sufrimiento de su hija se convertía en la herida de su alma. Como ella, levantémonos, salgamos al encuentro de quien nos salva; no nos encerremos ante cualquier clase de sufrimiento y dolor. Cultivemos la llama de la esperanza que nos permite ver que hay luz a pesar de toda oscuridad. La esperanza no nos defrauda porque aviva la fe en aquel que no nos abandona. Dejémonos llevar al Señor conscientes de la propia vulnerabilidad. Pero levantémonos y pongámonos en camino. recordemos las palabras de Jesús: “¡Grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”. En segundo lugar, el camino de querer imitar a Jesús que confirmó su misión desde la fe de aquella mujer. No deberían haber límites y barreras a la hora de hacer el bien. Jesús ayuda a sus discípulos a ver la misericordia infinita del Padre; también nosotros podemos hacer el camino de salir al encuentro de quien lo necesita, recordando la bienaventuranza: “Dichosos los misericordiosos porque obtendrán misericordia”.

Entonces, ¡pongámonos en camino! Hay mucho por recorrer.

Arquidiócesis de Ibagué

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