Lectura del Santo Evangelio según San Juan 3, 16-17

Jhon Jaime Ramírez Feria

En aquel tiempo Jesús dijo a Nicodemo: nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Meditación

Celebramos en Colombia la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, guía de nuestra vida, señal de la victoria de Cristo, testamento del amor eterno de Dios que salva. Solo desde la clave del amor se entiende el mensaje vigente de la cruz.

Las palabras que el Señor dirige a Nicodemo nos conduce a fijar nuestra mirada a Jesús crucificado y confirmar que Dios nos ama de verdad; en la cruz está el resumen de todo el evangelio, de toda la fe y el camino a la eternidad: la cruz nos habla que Dios nos ama con amor gratuito y sin límites. Jesús no ha amado “hasta el extremo”.

“Dios se ha mostrado verdaderamente, se ha hecho accesible, ha amado tanto al mundo que -nos ha dado a su hijo Unigénito, para que quien cree en Él no se pierda sino que tenga vida eterna-, y en el supremo acto de amor de la cruz, sumergiéndose en el abismo de la muerte, la ha vencido, ha resucitado y nos ha abierto también a nosotros las puertas de la eternidad. Cristo nos sostiene a través de la noche de la muerte que Él mismo ha atravesado; es el buen Pastor, bajo cuya guía nos podemos confiar sin temor, ya que Él conoce bien el camino, ha atravesado también la oscuridad”, enseña el Papa Benedicto XVI.

Un Himno que se encuentra en la Liturgia de las Horas dice: “Brille la cruz del Verbo luminosa, Brille como la carne sacratísima de aquel Jesús nacido de la Virgen que en la gloria del Padre vive y brilla. Gemía Adán, doliente y conturbado, lágrimas Eva junto a Adán vertía; brillen sus rostros por la cruz gloriosa, Cruz que se enciende cuándo el Verbo expira. ¡Salve cruz de los montes y caminos, junto al enfermo suave medicina, regio trono de Cristo en las familias, cruz de nuestra fe, salve, cruz bendita! Reine el señor crucificado, levantando la cruz donde moría; nuestros enfermos ojos buscan luz, nuestros labios, el río de la vida. Te adoramos, oh cruz que fabricamos, pecadores, con manos deicidas; te adoramos, ornato del Señor, Sacramento de nuestra eterna dicha”.

María, Madre de la Iglesia, Mujer de la Pascua, que permaneció firme al pie de la Cruz y se nos fue dada por Madre nuestra, nos acompañe, nos ayude a abrazar la cruz de su Hijo y en ella encontrar la fuerza para confirmar nuestra fe en el amor ilimitado del Crucificado; ella nos inspire para conservar nuestra mirada en aquel que ha sido exaltado por y para nuestra salvación.

Arquidiócesis de Ibagué

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