Lectura del Santo Evangelio según San Juan 15, 9-17

Jhon Jaime Ramírez Feria

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.

Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.

 

Meditación

Resuena en el evangelio de hoy la invitación a permanecer en el amor de Jesús como fuente de la perfecta alegría. Pero, ¿cómo permanecer en el Señor?

En la Primera carta de san Juan leemos: "Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor… En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados." (1Jn 4, 8-10). Y entonces podemos decir que nosotros hemos creído en el amor de Dios; esta es la opción fundamental de nuestra vida; el acontecimiento del encuentro personal con Jesucristo que dio su vida por nuestra salvación, le da la orientación decisiva a nuestra existencia. Como escribía el Papa Benedicto XVI: “…El amor ya no es sólo un «mandamiento», sino la respuesta al don del amor. El amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamental para la vida y plantea preguntas decisivas sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros”.

Así confirmamos que a partir del encuentro personal con Dios la existencia se abre al verdadero sentido; Él nos ha amado en su Hijo Jesucristo y nos ha dado una nueva dignidad; lo confirma san Pablo cuando nos dice que en Jesucristo, Dios nos ha bendecido con toda clase de bendiciones; nos ha elegido, nos ha hecho sus hijos, nos ha redimido con la Sangre de su Hijo, nos ha hecho herederos de la eternidad. Y todo por puro amor (Cfr. Efesios 1, 1-13). ¡Qué gran dignidad tenemos: somos hijos amados de Dios, somos amigos del Señor, hemos sido sellados por el Espíritu del Amor!

De esto surge una consecuencia vital: es necesario que haya una íntima interacción entre el amor a Dios y el amor al prójimo. “Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo « piadoso » y cumplir con mis « deberes religiosos », se marchita también la relación con Dios. Será únicamente una relación « correcta », pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios, enseña el Papa Benedicto XVI.

Hoy el Señor nos invita a volver nuestra mirada sobre lo fundamental: perseverar en el amor que viene de Dios y a Él nos une, perseverar en el amor a Dios que nos abre al encuentro con el prójimo descubriéndonos como un don que se hace caridad, servicio, fraternidad. Necesitamos aprender de Jesús para vivir la alegría plena de amar: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”.

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