Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 18, 15-20

Jhon Jaime Ramírez Feria

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»

Palabra del Señor. Gloria a TI, Señor Jesús.

 

Meditación

El pasaje del evangelio que hoy meditamos presenta dos temas del discurso de Jesús sobre la comunidad; la corrección fraterna y la oración en común; el acento cae en la necesidad de fomentar la comunión basada en la fraternidad como signo del amor gratuito de Dios.

Es cierto que en la comunidad de discípulos se pueden presentar diferencias, conflictos y tensiones que amenazan la voluntad manifiesta del Señor: “Padre, que todos sean uno para que el mundo crea”. Entonces, la persona y la comunidad deben vigilar para que desaparezca, como dice san Pablo, toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia, y así darle paso al ser benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, como Dios también perdonó en Cristo. (Cf. Efesios 4,31-32).

Sabemos que no estamos para ser jueces ni señores de los hermanos; de hecho, es la tentación que está a la mano. Sigamos la exhortación de Santiago 4, 11: “ Hermanos, no habléis mal los unos de los otros. El que habla mal de un hermano o juzga a su hermano, habla mal de la ley y juzga a la ley”.

Por esto Jesús propone vivir un itinerario que parte de la conciencia de la propia fragilidad. El punto de partida es la mirada a nuestra propia fragilidad porque antes de corregir debemos estar atentos a nuestro modo de vivir. Como escribe un autor: “el que corrige -ya se trate de un maestro, de un educador y, con mayor razón, de un padre o madre de familia- debe hacerlo primero con el propio testimonio de vida y ejemplo de virtud, y después también podrá hacerlo con la palabra y el consejo”. Luego es importante hacer la corrección con bondad y respeto con la otra persona. Una corrección no es para humillar o abochornar. Como dice el Papa Francisco: “el Señor nos pide delicadeza, prudencia, humildad, atención hacia quien cometió una culpa, evitando las palabras que puedan herir y asesinar al hermano. Porque ustedes saben que las palabras matan. Cuando hablo mal y hago una crítica injusta, cuando descarno a un hermano con mi lengua, esto es asesinar la reputación del otro. También las palabras asesinan”.

Con esto se confirma que la relación con Dios pasa por la relación con el otro. Esperamos el perdón de Dios porque hemos perdonado al hermano; invocamos a Dios como Padre y reconocemos el valor y la dignidad del hermano. Buscamos la unidad porque confesamos que Jesús es el centro, el eje de la comunidad: “ Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

La corrección fraterna y la oración con un verdadero espíritu de comunión son dos pilares de la vida de comunidad que fortalecen la fe y nos confirman en la indicación que da san Pablo: “Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud” (Romanos 13, 8-11).

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