Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 20,1-16

Jhon Jaime Ramírez Feria

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.” Ellos fueron.

Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?” Le respondieron: “Nadie nos ha contratado.” Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”. Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.

Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?” Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos».

Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús

 

Meditación

La parábola del evangelio que leemos hoy la encontramos sólo en Mateo. Jesús cuenta una historia que retrata lo que acontece en la realidad de la vida, presentando una actitud sorprendente del propietario que se sale de la lógica humana y se convierte en la clave de comprensión del mensaje.

Jesús asemeja el Reino de los cielos a un propietario que sale cinco veces a la plaza y llama obreros para que vayan a trabajar en su viña. Sale personalmente a buscarlos, entra en diálogo con ellos y les propone un pago justo. Entonces encontramos una manera extraña de pagar el jornal al final del día; empieza por los últimos, los que apenas trabajaron una hora; y el pago es el mismo para todos: un denario como lo había convenido con los contratados a primera hora de la jornada.

La reacción de los trabajadores no se hace esperar, pues la actitud del propietario se les hace extraña. ¿Cómo puede ser que no les pague más?, ¿qué limita el bien que quiere hacer el propietario a los últimos?

Sorprendente esta parábola en la que Jesús enseña cómo es su Padre Dios; Él es el dueño de todo, sin embargo ha tomado la iniciativa de salir a nuestro encuentro, de buscarnos e invitarnos a trabajar en su viña. Esta búsqueda de Dios, que no quiere que ninguno se quede sin hacer nada, nos muestra la gratuidad que debemos experimentar al reconocer su bondad y su misericordia. La iniciativa divina nos abre a la certeza del llamado a la salvación. Salió a distintas horas y en la realidad en que cada uno de los que sentados en la plaza esperaban que alguien los contratara; continúa buscando hoy en las distintas horas y circunstancias de la vida de las personas, se detiene ante nuestra realidad y se desborda en caridad invitándonos a trabajar.

Sin quitarle peso al mensaje de la parábola pienso en las distintas horas en las que el Señor nos ha llamado y en la atención que debemos ponerle a nuestra actitud frente a nuestros hermanos. Recuerdo que en una ocasión una persona me preguntaba si no era ya tarde para acercarse a la Iglesia y comprometerse con la fe, si había desperdiciado tanto tiempo resistiéndole al Señor. Le narré esta parábola y le dije que eran esas “tres o cinco de la tarde” de la invitación personal que el Señor le hacía. Se comprometió con la Iglesia y conservaba su gratitud porque Dios se había fijado en ella. Nunca es tarde para darle al Señor una respuesta. El denario de la salvación no es mérito nuestro sino gratuidad de Dios que no quiere que ninguno se pierda.

Por esto, alegrémonos en la bondad de Dios que nos llama a todos a la conversión; desechemos de nuestro corazón sentimientos de envidia o discriminación con los hermanos que, en distintas horas de la vida, son llamados a ser parte de la comunidad y dan una respuesta generosa. Cultivemos una memoria viva de lo que Dios ha hecho en nosotros.

Arquidiócesis de Ibagué

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