Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 8, 19-21

Jhon Jaime Ramírez Feria

En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces lo avisaron: -Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte. Él les contestó: -Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra.

Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.

 

Meditación

El evangelio de hoy podría ser reducido a la polémica de si María tuvo más hijos o no. Abordemos esta realidad desde la Sagrada Escritura y ampliemos el mensaje sobre una nueva familiaridad que el Señor nos invita a entablar con él por la adhesión a su Palabra.

La Biblia habla de “hermanos de Jesús” y no de “hijos de María”; entonces, alguien podría decir que es lo mismo porque lo vemos desde nuestra cultura. Para la cultura judía la palabra “hermano” tiene distintos significados que se descubren conociendo los contextos bíblicos. En el Génesis encontramos esta palabra referida a la relación tío-sobrino (Gn 11,27; 12,5; 13, 8), a un primo (Tob 7,12), también a un correligioso (Hch 9,30;7,2) o de la misma raza (Tob 11,35). Es decir el término denota una relación de parentesco, familiaridad, raza o afiliación religiosa. Cuando la Biblia nos quiere hablar de los hermanos hijos de una misma madre o padre utiliza la expresión “hijos de…” y no “hermanos de”. Con esto aprendemos un principio para no hacerle decir a la Palabra de Dios lo que ella nunca dice: “es necesario conocer el contexto del texto bíblico para no interpretar de una manera subjetivista y reducida la Biblia”.

Una vez recordada esta distinción nos detenemos en el texto para encontrar en María un ejemplo privilegiado de la verdadera familiaridad que estamos llamados a tener con Jesús nuestro Señor y Maestro.

María es la mujer que sabe acoger la Palabra de Dios y hacerla vida: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Con su Sí María coopera en la obra de la salvación porque la “Palabra de Dios se hizo carne y puso su morada entre nosotros”. María es la mujer que está atenta para acoger y ponerse en el camino de la comprensión de la voluntad de Dios; así, movida por el Espíritu Santo, Isabel le dice: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Dichosa tú, que has creído que se cumplirían las promesas del Señor”. María ha creído con total abandono comprometiendo todo su ser con el plan de Dios. Ella es la mujer obediente que “guardaba todas esas cosas en su corazón”. A ella llamamos bienaventurada “porque el poderoso ha hecho obras grande por ella y en ella”.

La íntima relación de Jesús con su santísima Madre es una realidad que descubrimos en las palpitaciones del evangelio desde la anunciación del ángel hasta el Calvario, desde la pesebrera donde tuvo a su hijo envuelto en pañales hasta el sepulcro donde aguardaba su resurrección gloriosa; desde el silencio de Nazaret hasta el cenáculo donde exhortaba a los apóstoles a permanecer unidos en la oración.

Así desde María comprendemos esta nueva familiaridad de los discípulos del Señor. Se hace necesario que en cada uno de nosotros se cumpla el “dichosos los que escuchan la Palabra del Señor y la practican”. Al respecto nos dice el Papa Francisco: “Recordamos a todos nuestros hermanos que aún hoy ponen en práctica estas palabras de Jesús, ofreciendo su tiempo, su trabajo, su propia fatiga y hasta su vida para no renegar de su fe en Cristo. Jesús, mediante su Espíritu Santo, nos da la fuerza para ir hacia adelante en el camino de la fe y del testimonio: actuar de acuerdo con lo que creemos; no decir una cosa y hacer otra. Y en este camino la Virgen siempre está cerca nuestro y nos precede: dejémonos tomar de la mano por ella, cuando atravesamos los momentos más oscuros y difíciles”.

Entonces preguntémonos ¿qué familiaridad establezco con el Señor mediante la escucha, la meditación y la puesta en práctica de su Palabra? En el ritmo de la cotidianidad ¿busco comprender lo que Dios me está pidiendo y me encamino en obediencia para unirme más a Él? ¿Encuentro en María un estímulo para dar una respuesta generosa al Señor?

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