El ‘guache’ Camargo

Iván Ramírez Suárez

Es una vieja costumbre del periodismo deportivo colocar motes (sobrenombres) a los futbolistas, aún a los entrenadores, pero que se sepa, no es habitual hacerlo con los empresarios o directivos de los equipos.

Este ejercicio, no solo da notoriedad y hasta prestigio a los jugadores, sino que ayuda a hacer más fácil su mención y recordación en las transmisiones y durante su vida útil como deportistas.

Como olvidar al “Polilla Da Silva”, el “Palomo Usurriaga”, “La Fiera” Jorge Ramón Cáceres, “La Pulga” Lionel Mesi”, “El Kaiser” Hans Beckembauer, “El Príncipe” Francescoli, “El Loco” Marcelo Bielsa, “El Pelado” Ramón Díaz, “La Bruja” Juan Ramón Verón, “El Patrón” Bermúdez, o a uno de vieja data pero recordado en el Tolima, el argentino “Trucutru” Isidro Olmos que se ganó su remoquete por la enorme masa muscular que poseía que le permitía con su cuerpo cubrir un gran porcentaje del arco.

Todos se ganaban el calificativo por alguna característica física, particularidad para jugar, o por su forma de ser o actuar dentro del campo de juego o fuera de él.

El tema se hace trascendente porque en nuestro departamento el fútbol es el único deporte que convoca espectadores masiva y cotidianamente, siendo el Deportes Tolima el único equipo profesional.

Esta característica especial le ha permitido al empresario Gabriel Camargo Salamanca hacer gala y exhibición de sus malos modales, su arrogancia, su desprecio hacia quienes no lo adulan y hasta el maltrato y humillación a futbolistas, técnicos, directivos, periodistas, autoridades y afición.

Sin embargo, sumisos ante su poder o tal vez por conservar o mantener los pingues beneficios, limosnas o migajas que a sectores sociales y periodísticos acostumbra repartir, éstos lo veneran diciéndole “Don Gabriel”.

Título honorífico que le quedó grande y que ha generalizado gran parte de la sociedad tolimense, pero sobre todo de los medios periodísticos que evitan criticarle su grosero y patán comportamiento dentro y fuera de la institución de la que se apropió ilegalmente, para incluso llegar al extremo de hacerle apología a sus groserías y arrogancias.

Lástima que la sangre pijao que dicen defender algunos, corresponda más a la que heredaron de “Don Baltazar”, aquel indio que segó la vida del cacique Calarcá y a cambio los españoles le permitieron casarse con una de las suyas y entregarle el título honorífico, y no de la del bravo líder de los antiguos pobladores de Ibagué.

De mi parte, me acostumbraré a llamarlo bajo el mote que sirve de título a esta columna y esperaré ansioso su tercera denuncia penal.

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