La vida de un vasco ejemplar

Morga es un pequeño municipio, difícil de encontrar en el mapa de la provincia de Vizcaya, en el País Vasco. Cerca está Guernica, aquella que inspiró el dramático cuadro de Picasso sobre el terror de la guerra civil española.

Cerca también pasa una de las rutas del Camino de Santiago, un camino visitado anualmente por millones de peregrinos de todas partes del mundo, quienes al recorrerlo, en pausada alegoría, van en busca del sentido de su propia vida. Llegar a la Catedral de Santiago de Compostela, que marca la tumba del apóstol Santiago, el mayor, es la meta del peregrino.

Morga es pequeño: población de 399 habitantes; curiosa cifra, falta uno para los 400, probablemente porque quien redondea la cifra está con nosotros en el Tolima, desde hace muchos años: me refiero a Don Jaime Zorroza.

Llegó a Ibagué huyendo de la barbarie de la guerra civil española, pero con tan mala fortuna que lo hizo poco antes del 9 de abril de 1948. Vino a quedarse una temporada con su tío, quien en aquél entonces fungía como párroco de la ciudad. Pero pocos días después del magnicidio de Gaitán que desencadenó la Violencia en el país, su tío fue cruelmente asesinado. Él se salvó de correr con la misma suerte porque logró huir de sus captores durante la noche. Solo, sin un centavo en los bolsillos, con un castellano que nunca aprendió a dominar, inició su periplo vital en tierras tolimenses.

Con gran esfuerzo, dedicación y mucha disciplina, en pocos años pasó de ser un dedicado trabajador a un exitoso emprendedor. Después de caer en la quiebra en dos ocasiones y de reponerse cada vez, llegó a consolidarse como uno de los productores de arroz más importantes de la meseta de Ibagué.

Pero además de su capacidad de resilencia, su característica más apreciada es la caridad. Tal vez por ello ha dedicado gran parte de su vida a impulsar, desarrollar y sostener proyectos de apoyo a gente necesitada de Ibagué. No sólo ha dado vivienda y estudio a la gran mayoría de sus trabajadores, sino que financió gran parte de la construcción del barrio Santa Ana, en predios de su propiedad. Igualmente, ha mantenido con sus propios recursos y desde hace décadas, a más de un centenar de ancianos, la mayoría sin que paguen un solo peso, en el Jardín de los Abuelos. Construyó con recursos de una herencia de su padre, varios edificios de apartamentos para arrendarlos y con ese dinero ayudar a sostener el ancianato. Entregó en comodato una antigua bodega para que la Universidad de Ibagué desarrollara allí un Centro de Educación Tecnológico dirigido a jóvenes de escasos recursos de las comunas cercanas a El Salado. Su más reciente obra, a sus 94 años de edad, ha sido la creación de una Fundación desde donde piensa seguir impulsando proyectos en beneficio de personas necesitadas de la ciudad.

En este momento de su vida se enfrenta a otro reto, una denuncia penal motivada, al parecer, por la ingratitud. Los medios de comunicación han dado despliegue a este hecho pero infortunadamente han olvidado mencionar la trayectoria vital de este singular vasco.

Credito
ALFONSO REYES A.

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