El enemigo público número uno

Jaime Eduardo Reyes

Aunque la lucha contra la corrupción pareciera perdida en un país que convirtió los antivalores en valores, aún muchos nos resistimos a creer que la corrupción ya ganó. En esta semana el mundo nos pasó la cuenta de cobro por no haber aprobado la consulta anticorrupción.

Y es que no habíamos iniciado la segunda quincena de 2020 y US News le informó al mundo que según el índice de percepción de la corrupción, Colombia es el país más corrupto del mundo, México es el segundo, Brasil el séptimo, y Rusia el décimo.

Por supuesto que el resultado del estudio es lógico y coherente luego de que el mundo supiera que en Colombia hubo una consulta popular contra la corrupción y esta no sacó los votos suficientes que necesitaba para ser aprobada. Recordemos que se exigía el 33% del censo electoral para superar el umbral de aprobación, y aunque votaron 11 millones 645 mil colombianos, -1 millón 200 mil más de lo que sacó Duque para ser presidente-, faltaron medio millón de votos.

Según el estudio, en Colombia, los costos estimados relacionados a la corrupción son 14 billones de pesos, sin embargo, la Contraloría General de la Nación estableció en su informe de 2018 que la corrupción genera pérdidas a la Nación por 50 billones de pesos anuales.

Colombia está cosechando el error de no haber aprobado la consulta contra la corrupción, y aunque se promulgaron algunas normas contra esta el año pasado, no serán suficientes para combatirle con fortaleza, y la verdad es que muy pocos creen en estas.

La corrupción es el abuso del poder para beneficios privados que finalmente perjudica a todos y que depende de la integridad de las personas en una posición de autoridad, esta sucede de forma anónima y secreta. Así pues, la corrupción es el mal uso del poder público para beneficio privado, la falta de control significativo de la corrupción alimenta la crisis de la democracia, aumenta la pobreza en todas sus dimensiones e incrementa la desigualdad e inequidad.

Aunque las personas asocian la corrupción con el enriquecimiento ilícito de políticos o empresarios, este mal implica muchas cosas más. Desafortunadamente, la corrupción alimenta un círculo vicioso que mantiene la gente en la pobreza y sin posibilidades de reaccionar. El riesgo y sus efectos son mayores en regiones donde la dependencia de lo público es mayor.

Por este motivo urge un frente común contra la corrupción, si las fuerzas vivas del país están buscando un proyecto nacional que nos de un propósito como sociedad, no hay duda que luchar contra la corrupción está entre los primeros candidatos. Por supuesto que hacer de la corrupción el enemigo público número uno implica que los cambios deben comenzar en casa, es decir, el valor de cero tolerancia contra la corrupción tiene que interiorizarse en cada uno de nosotros y desde allí reestablecer aquellos valores que este mal ha desplazado.

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