Sí a la paz, no al terrorismo

Hugo Rincón González

El atentado terrorista perpetrado por el Eln el pasado 17 de enero en la Escuela General Santander es ruin, execrable, bárbaro e inaceptable. No es justificable que mencionen que fue una “operación lícita en medio de la guerra” y que “no hubo una víctima no combatiente”, sencillamente los colombianos estamos hastiados de la guerra, de la violencia como mecanismo para resolver los conflictos y de estas actitudes irresponsables que solamente contribuyen a generar miedo y a prolongar la confrontación.

Un hecho de esta naturaleza pone la atención de la ciudadanía en este tema y no en otros que nos convocan como sociedad. El bombazo del Eln intenta regresar al país a épocas aciagas y desgraciadas que creíamos estaban en el pasado y por el contrario endurece el lenguaje gubernamental, crispa los nervios de los ciudadanos reclamando una lucha frontal contra el terrorismo y profundiza la polarización de la sociedad colombiana como ya lo vimos incluso en la marcha del pasado domingo donde por poco linchan a algunos participantes que reivindicaban la paz en el país.

Es tan torpe e inoportuna esta acción terrorista que de inmediato surgieron voces irresponsables que señalan que este atentado es producto del proceso de paz de Santos. Sin duda, este acto ha sido utilizado por quienes denostan de los esfuerzos por aclimatar la reconciliación y la convivencia entre los colombianos y buscan tener réditos políticos y electorales cabalgando en sus llamados a la confrontación, la mano dura y la perpetuación de la guerra.

Esta acción terrorista surge en un momento en el que se venía dando un despertar de la conciencia ciudadana alrededor de los verdaderos problemas del país. Las luchas y protestas sociales quedaron invisibilizadas, porque todos los reflectores y micrófonos de los medios masivos de comunicación se direccionan a informar sobre este acto.

Ahora que estaba sobre la mesa la discusión de los temas de la corrupción de Odebrecht, la defensa de la educación pública, los cuestionamientos al Fiscal General, el rechazo a los proyectos minero-energéticos que amenazan el ambiente en varias regiones, entre otros, el ruido de la bomba que explotó los pone en un segundo y tercer orden.

Han pasado sucesos de interés como la posible venta de un porcentaje de la empresa pública más importante del país como Ecopetrol, las declaraciones de otros implicados en el escándalo de Odebrecht, la posible venta de Medimás, entre otros temas que terminan sepultados porque la agenda solo permite hablar monotemáticamente de este hecho atroz.

Ya lo había mencionado en varias ocasiones anteriores, quienes trabajamos por la paz, rechazamos toda forma de violencia, el terrorismo y cualquier otra acción contra la vida de los ciudadanos, las comunidades y las instituciones.

Ninguna violencia es admisible. Nos duelen los policías sacrificados, los líderes amenazados y asesinados en todas las regiones del país que suman más de 400 en los últimos dos años. La vida es sagrada, el derecho a tenerla es fundamental para que este país siga siendo viable.

Trabajar por la paz en esta coyuntura dolorosa se vuelve algo fundamental. No podemos retroceder. Es mejor una paz imperfecta que evita la muerte de muchos colombianos y que abre espacios democráticos para la ciudadanía, que el miedo, el rencor, la violencia y el odio.

Trayendo el sentido de la oración de San Francisco de Asís debemos convertirnos en instrumentos de paz para que donde haya odio, podamos sembrar amor. Toda vida nos duele. Que estos momentos luctuosos al lado de las familias de los policías nos unan en solidaridad. Una solidaridad que abrace a todas las victimas de décadas de guerra en el país. Por eso es bueno reiterar que es mejor una paz con imperfecciones que la barbarie y el horror. No más guerra en Colombia, ojalá nunca más.

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