Cuando cese la amarga noche

Rodrigo López Oviedo

Por andar buscando motivos para agredir a Venezuela, por andar maquillando los datos de cada día relacionados con la pandemia, por darle gusto al gran capital ante los efectos de esta crisis, por estar abriendo campo dentro de nuestras fronteras a tropas norteamericanas, por andar defendiendo a su jefe de las decisiones judiciales y por algunas razones más, el presidente Iván Duque está dejando el país al garete.
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Es lamentable. ¿Cuántos miles de millones de pesos le costó al país la reposición de votos de sus tres campañas? Lo menos que podría esperarse es que se dedicara de cuerpo entero y tiempo completo a atender las responsabilidades de su cargo en beneficio de todo el país, pero en especial de los más pobres, porque los ricos se defienden solos, según feliz expresión del expresidente Ospina Pérez, aunque gobernó en sentido inverso.

Duque, por el contrario, tiene al país abandonado a su suerte, administrando migajas para los más humildes, al tiempo que traslada la prioridad que tiene la defensa de la vida de los colombianos hacia los bolsillos del gran capital, en cuyo beneficio ha decretado financiaciones de nómina, ha establecido el pago de primas por cuotas, redujo fallidamente el aporte patronal a pensiones y pretende reformar, también en su beneficio, la normatividad pensional, el código del trabajo y el régimen tributario.

Pero como cada mal trae su coletilla, a sus inexcusables razones para acabar con lo que falsamente denomina la dictadura de Maduro les ha agregado el increíble y deleznable ingrediente de que Venezuela va a importar de Irán misiles de mediano y largo alcance; y de Rusia y China, armas de destrucción masiva. De esta manera, Duque busca jugar el mismo papel de George Bush, de quien la humanidad jamás olvidará su ominosa masacre del pueblo Iraquí con el indemostrable cuento de la tenencia de armas, también de destrucción masiva. Con protagonismo parecido quiere nuestro Presidente pasar a la historia, pero ahora con Venezuela como víctima y el pueblo colombiano como carne de cañón.

Y mientras tanto, sigue sin atenuantes el desangre del país. No cesa la racha de asesinatos de la dirigencia popular, que sumada a la de guerrilleros reinsertados y de familiares de estos, está dejando a nuestro pueblo huérfano de orientadores de sus luchas. Y esto sin contar las inexplicables masacres que se vienen sucediendo en diversas partes del país, con afectación especial de la población más joven. Ojalá terminen pronto estos amargos tiempos de la pandemia, a ver si comienzan a reencausarse las experiencias de lucha reivindicativa hacia la conquista de un relevo de clases en la conducción del país.

RODRIGO LÓPEZ OVIEDO

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